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e 149 — 4 tomar un dulce Ó un refresco, y las trató con regia munificencia. Allí abdicó la presidencia del círculo en su amiga Concepción, agradeció á todos el bien que le habían hecho, y les anunció que iba á retirarse por un poco de tiempo á la vida privada. Se despidió de ellas repitiendo que no contasen con ella para ningún acto público; pero que si alguna la necesitaba priva- damente, podía buscarla con toda confianza en el re- tiro de su casa, Ó en la soledad del convento, donde iba á pasar los diez días de ejercicios. Grande extrañeza causó este- fenómeno en las amigas de Inés, y la que más y la que menos salió de allí haciendo comentarios poco favorables á nues- tra heroina. —¿Si estará la pobre chiflada? —No sé; pero como ha entrado la luna nueva... —¡Calla! ¿si le daría José calabazas antes de irse? —(Mira, todo puede ser! —¿Si se convertiría en el sermón del otro día? Estos y otros por el estilo eran los comentarios que de ella hacían aquellas jóvenes que poco antes la ensalzaban. ¿Quién no conoce por aquí lo fútil de las alabanzas Ó vituperios del mundo? ¿Y quién se fiará de ese tirano más mudable que el viento? En fin, Inés se retiró al convento de las Repara- trices, y allí pasó quince días, que para ella fueron de gloria, porque Dios inundó aquella alma con un torrente de gracias celestiales. Horas enteras se es- taba arrodillada ante la dulce presencia de Jesús sa- cramentado, suspirando ardientemente y pidiéndole con amargo lloro perdón de los dos años gastados en la disipación y en las vanidades de la tierra.
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