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— 148— miento; y no obstante á Inés le pareció desierta, por- que sentía en su alma una cosa que á falta de nam- bre que darle me atrevo á llamarla soledad de las ciu- dades. Sola estaba ella en realidad, porque á pesar de ir acompañada y hallarse en medio de- la populosa Sevilla, las impresiones de su corazón la aislaban por completo del mundo, cual si fuera extranjera en su pueblo natal. El coche corría presuroso por las calles de Sevi- lla, pasó por la plaza de la Gavidia, cruzó la de San Lorenzo, y siguiendo la calle de Santa Clara se paró en la puerta del convento de las Reparadoras. Bajá- ronse las paseantes para hacer una visita al Santísimo Sacramento, que estas religiosas tienen expuesto to- do el día, y allí derramó Inés su corazón en la pre- sencia de Dios. Habló después con la Madre Supe- riora, y pareció que recobraba su habitual alegría. Llegaron por fin á casa donde las esperaban con im- paciencia para almorzar, y en ese mismo acto obtuvo licencia de su padre para retirarse por diez Ó doce días á hacer ejercicios espirituales al convento que acababa de visitar. Agustín no puso en ello grande obstáculo, porque le pareció que tenía asegurada la partida; y que el fin de los ejercicios de Inés coinci- diría con la vuelta del condesito. ¡Cuánto se engañól ¡Qué falaces son los juícios humanos! Obtenida la licencia paterna, quiso Inés, antes de retirarse á los ejercicios, reunir á sus amigas en una tertulia de confianza. Convocó á todas las que com- ponían el piadoso círculo de Coridud elegante, 4 las cuales recibió con suma cortesía, las convidó después

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