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A alegró esta vez su corazón. Antes al contrario, todo aquello le pareció á Inés triste y descolorido, todo le pareció que estaba predicándole la pequeñez de las cosas del mundo y el desprecio que merecen. Esto causó en su alma una impresión viva y profunda que le hizo sentir por primera vez en su vida un efecto no sentido jamás: el tedio; pero lo sintió tan fuerte que estuvo á punto de prorrumpir con el santo Job en este sublime lamento: «Taedet animan mean vitae meae». Bajo la inspiración de la gracia, lo mismo que bajo el peso de un infortunio cualquiera, siente el co- razón humano una imperiosa necesidad de apartarse de su semejante para recogerse á solas, concentrarse y meditar, siendo este un fenómeno que hallamos siempre en la vidá de todos los santos y de las almas justas. Hablando Dios por un profeta (1), del alma que elige para sí, dice que la llevará á la soledad y allí le hablará al corazón. Por eso vemos que cuando El escoge á un alma para hacer de ella un modelo de virtud, la aparta del mundo y la lleva á un retiro si- lericioso, para que allí, lejos del tumulto del siglo oiga sus palabras y escuche su voz, la cual, aunque fuera tan potente como un trueno, no sería bien oída entre el bullicio y estruendo del mundo. Inés sintió también esa necesidad imperiosa de apartarse de las gentes, y mandó al cochero que vol- viera para casa. Cuando entraron en la ciudad toda ella seguía su curso ordinario y su ordinario movi- (1) Oseas II, 14. i A
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