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— 146 enfermedad del Conde. Unido esto á la triste despe- dida que acababa de sufrir sintió decaimiento de áni- mo, y necesidad de respirar el aire libre. Son por lo común los hijos de Andalucía, y más que todos los sevillanos, de un carácter impresiona- ble, y muy sensibles á las bellezas físicas y morales; B 31 Inés pertenecía á este dichoso número de almas sen- Y q sibles, y esperaba que la alegre perspectiva de las Al montañas, el aroma de las flores, el verdor de los | A 4 árboles, y el aire libre del campo iban á devolver 4 des? su alma la perdida alegría. 44 Adelantábase el coche por la orilla del Guadal- 07 quivir hacia las dehesas y campos de Tablada, y la pobre Inés se quedaba sorprendida, viendo que la hermosura y maravillas de aquel paisaje no alegraba su corazón como otras veces. Tendía su vista por la fertilísima llanura, la dirigió hacia las colinas donde descansan Castilleja de Guzmán y San Juan de Az- nalfarache, miró luego las lejanas montañas de sierra morena que se confunden con el horizonte por la parte del Norte y del Oriente; fijó sus¿ojos en los ra- yos del sol que parecían caer perpendiculares sobre los picos más altos de las serranías de Morón y Ron- da; los tendió de nuevo por la espaciosa campiña, observando los cien barcos que por el río navega- ban; vió el humo que arrojaban las chimeneas de unos, y las blancas velas de otros que impulsados por la brisa bonancible cortaban lentamente las aguas; oía el cantar del marinero, mezclado con el gorjeo de infinitas aves que anidan en las orillas del Betis; y tanta belleza junta, y tanta poesía amontonada, no

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