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— 133 — —Sí, la mía; yo sólo pagaré el atrevimiento de haberle querido quitar á Dios un alma, consagrándo- le la mía entera. —.Y te harás religioso? Apenas me vea sano del todo. —Pero si dicen los médicos que te han de cortar el brazo. > —¿Y tú lo.crees? —¡Yo nó! Al contrario, creía que Dios te daría la salud, apenas te conformaras con la resolución irrevocable que había yo tomado de meterme en un convento, y que venía con ánimo de comunicarte; cuanto más ahora, que tú quieres hacer lo mismo? . Dios te confirme en esos santos deseos y me conceda la dicha de verte religioso. —Ahora te exijo el secreto de cuanto te he dicho. —Y yo te lo prometo firmemente. José plegó sus labios y movió la cabeza con ese movimiento pesado con que parecen decir los enfer- mos: ¡dejadme descansar! lo cual visto por Inés le obligó á decir: — Adiós, José; he cumplido un deber de concien- cia y me retiro;*no quiero molestarte más. — Adiós, Inés—respondió él con los ojos llenos de lágrimas.—Adiós, y si alguna vez te acordares de mí, sea sólo para encomendarme á Dios. —Adiós, José, y si alguna vez quieres hallarme no me busques en el mundo, sino cerca de un Sagra- rio, mezclada entre los serafines que arden en amor divino ante la presencia de Jesús Sacramentado.

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