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días de nuevo querer ser religiosa: y como te amaba apasionadamente... o * —¿Te amaba? Esa palabra me hubiera destroza- do en otro tiempo el corazón, ahora me sirve de con- suelo; repítela. —Pues como te amaba apasionadamente, dije para mí: Aunque viera que el Señor la llamaba, como á San Mateo, no la dejaría ir; y aunque viera que ella quería seguirle, la sujetaría tirándole del manto, así con todas mis fuerzas. Al decir esto, dí tan fuerte refrenada al caballo, que éste dió un bote y me tiró de un lado, poniéndome cual ves. Y gracias que no se me quedó el pie en el estribo y me arrastró por la carretera, haciéndome añicos. Inés quedó pasmada de lo que oía y sólo supo contestar: ¡Ay Dios mío! ¡Cuán severos son tus juícios y cuán incomprensibles tus caminos! Luego tomó la palabra y refirió su sueño á José. Este no pareció que se extrañaba de lo que Inés le refería: antes por el contrario, mostraba la misma indiferencia que una persona á quien cuentan una historia qua tiene ya sabida y olvidada. Así es que no hizo más que sacar la moraleja y decirle á Inés con marcado sentimiento: Si ahora no respondes á la voz de Dios, serás inexcusable ante el tribunal di- vino. Ella suspiró dulcemente, como quien se siente aliviada de la carga de un peso insoportable, y aña- dió: Sí, mi resolución está ya tomada. — Y también la mía. —¿La tuya?
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