BCCPAM000535-2-16000000000000

2 131 las con José. La condesa lo rehusó, alegando que el médico había prevenido que el enfermo ¿no hablara con nadie; y mucho menos de cosas Ó con personas que le pudieran emocionar. Inés repuso muy serena que llevaba el remedio para curar á José radicalmen- te sin peligro de su vida. Habia tanta serenidad en aquel semblante y tal afirmación en aquellas pala- bras, que la condesa la condujo á la alcoba de su hijo, quedándose cerca de la puerta, á conveniente dis- tancia. Estaba él recostado en una ancha butaca, hecho todo una lástima, el semblante pálido y el brazo en- tablillado y ligado, sin poderlo mover. Al sentir pa- sos abrió los ojos y se encontró frente á frente con los de Inés: se miraron un momento fijamente y con aquella mirada se penetraron las dos almas, y cada una vió lo que pasaba en el interior de la otra. Hubo un momento de solemne silencio que interrumpió Inés, diciendo: —Perdóname José; yo sola he sido la causa de tu mal. —No, Inés, perdóname tú el haberte querido quitar la dicha de ser toda de Dios y exclusivamente de Dios. ; —Si yo no te hubiera dado motivo, no hubieras tá pretendido nunca semejante cosa. —NÓ Inés, la culpa es mía; lo que sufro es pena de mi pecado. —¿De qué pecado? — Escúchalo: iba yo montado en el caballo, y pensando en tí; cuando me saltó la idea de que po-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz