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mE 130 — figurafla á nuestros propios ojos. Inés adquirió en- tonces la íntima persuación de que ella y sólo ella era la causa de aquella fatal desgracia, y se acordó de estas palabras de la carta que su director le envió; «Escarmienta tn cabeza ajena, si no quieres presen- ciar tu desdicha, viendo agostado tu vergel, seca y muerta la flor de tus amores.» Entonces conoció con mayor viveza que nunca, que debía ser toda de Dios y solamente'de Dios, y-que no podía pertenecer á na- die en la tierra, sin exponerlo y exponerse á un evi- dente castigo. Llevada de este pensamiento, tomó desde aquel instante una resolución irrevocable, y se tranquilizó, sin exhalar una queja, ni dar un solo sus- piro, ni hacer una plegaria, como si tuviera en su ma- no la salud de José. ; Este pasó tres Ó cuatro dias sin notable altera- ción. Al quinto observó su médico de cabecera que aparecían unas manchitas cárdeñas en la rotura que tenía el brazo cerca del hombró. Temió que la gan- grena se presentara y pidió consulta de médicos, los cuales opinaron que se debía cortar el brazo, si se quería salvar la vida de José, antes que la gangrena se apoderara del pecho. ; Cuando Inés lo supo, sintió en su corazón un re- mordimiento agudo, como si fuera ella un criminal que daba muerte al sér que más amaba. Sin poderlo resistir, tomó la mantilla y se fué á casa de la conde- sa satisfecha y tranquila, como si conociera el antí- doto que curaría aquella enfermedad mortal. Abra- z6 4 Concepción, que estaba llorando, besó á su ma- dre, consoló á-las dos, y dijo que quería hablar á so-
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