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llora sin consuelo.porque ha perdido á la que «eligió para sí. ¡Llorad. conmigo, vírgenes puras, de mi co- razón enamoradas! Y vosotros, ángeles del consuelo, tristes mensajeros de mis penas, recoged estos sus- piros, id al borde del lecho donde la perjura duer- me, y murmurad Áá su oído una palabra de per- dón.>» Soñando y todo como estaba, sintió Inés que su corazón se partía de pena; y más cuando le pareció que la voz de Jesús lánguida, triste y amorosa se di- rigía 4 ella diciéndole: ¡Ingrata! ¿Es posible que tan pronto se borraran de tu memoria los dulces recuer- dos de mejores días? ¿Es posible que olvidaras al amante que te dió las horas más felices de la vida? ¿No recuerdas qué dichosos volaban los días en torno nuestro, cuando millares de espíritus purísimos nos contemplaban en nuestros primeros amores? Las flores de mi cariño brotaban para tí blancas y pu- ras, como la azucena; ninguna de ellas tuvo jamás una espina que te lastimara. Pues entonces, hija de Eva, ¿por qué has huído del sér que tanto te amaba?... Sí, te amaba, y tú bebías en mis ojos la luz, y la vida en mi alma, y el amor en el foco. perenne que arde dentro de mi corazón. Entonces eras dichosa; y e] pesar no amargaba tu pecho, ni la pena turbaba tu sueño placentero. Pues, ¡ingratal ¿por qué me aban- donastes? ¿por qué me has dejado? Si una joven mun- dana, si una de las hijas de Edon me hubiera menos- preciado, me sería más tolerable; pero tú, hija de Sion; escogida entre millares, alimentada con: «mi
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