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—_— ] 23 > ¿Quién habrá que por alcanzar estos bienes no des- precie los otros? Tú misma conoces á muchas que, por desposarse en el claustro con Jesucristo, des- preciaron en el mundo un casamiento brillante; ¿pues, por qué no has de hacer tú lo que otras han hecho? Vuelve en tí, Inés, que aun es tiempo. Llama en tu socorro al Esposo de tu alma y á su purísima Ma- dre; toma por abogada á una de las vírgenes que su- frieron el martirio por conservar su pureza; no dejes la oración y la frecuencia de sacramentos; divórciate con el mundo y apártate de la compañía de los hom- bres. Ya que Dios te ha hecho la señalada merced de conservar hasta hoy tu inocencia en medio de mil peligros; ya que esa nave de tu alma cargada de ri- quezas celestiales salió libre de aquellas recias tor- mentas que la combatieron en alta mar, no seas tan precipitada que vayas á naufragar á vista del puer- to, anegando en sus amargas aguas ese tesoro de la virginidad que hasta ahora habías guardado. Si así lo haces, si renuncias al mundo por Dios, habrá tan- to regocijo en el cielo por la renovación de tu pro- pósito, como lo hubo cuando lo hiciste por la vez primera. Con eso Jesús te recibirá de nuevo por es- posa, darás buen ejemplo á los que ya se han comen- zado á escandalizar, y algún consuelo al afligido co- razón de tu affmo. y antiguo Padre FRA Y... Cuando Inés acabó de leer la carta temblaba toda de piés á cabeza, sin saber por qué. Quería enfadar-

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