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E — 114 — demonio tienta á un alma piadosa, lo primero que pretende es que no le parezca lazo ni tentación lo que él le propone, sino cosa conveniente y pro- vechosa; y, como esto consiga él, todo lo tiene alcanzado. Cuando la tentación viene descubierta y cara á cara, cualquiera la“ rechaza y la vence, pero cuando viene vestida y disfrazada con el traje de virtud, de conveniencia y honor, ¿quién la recha- zará? Si el ladrón se presenta como es, nadie le acoge en su casa; pero si se finge amigo y trae muchas recomendaciones, ¿quién no le admite? Alerta pues, lectora mía, y al enemigo de tu alma, al ladrón de tus riquezas espirituales, no le des entrada en tu pecho, como se la dió nuestra pobre Inés. Contrariada la niña y malhumorada con la res- puesta de Flora, no quiso consultarla más: ni se acor- dó tampoco de aquel P. del Loreto, que tan santos consejos le daba otras veces; pero en cambio, como no podía vivir tranquila, meditó, consultó y pre- guntó á otras personas; volvió á meditar, á preguntar y á consultar, y consultas, respuestas y meditacio- nes, todo apoyaba su resolución de casarse. ¡Claro! Preguntaba á las jóvenes del mundo, consultaba á sus iguales, y meditaba consigo misma: ¿qué ex- traño es, que todos coincidieran? Lo extraño, lo raro lo incomprensible hubiera sido lo contra- rio, porque lo natural, lo probable, lo seguro y cierto es lo que la razón dicta, y lo que el Evan- gelio dice: que si un ciego guía 4 otro ciego am- bos caen en el hoyo. Por eso cayó, ¡quién lo pen-

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