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esos necios caprichos con que te han entontecido aquellas holgazanas; hipocritonas! La pobre muchacha se ahogaba. No era ya la in- dignación de su padre, ni el desprestigio de las reli- giosas, ni el verse contrariada en su vocación lo que más le apenaba; más que todo eso le atormentaba el pensar que su padre no sería un buen cristiano, pues- to que hablaba mal de las religiosas y se oponía al llamamiento divino que ella sentía en su alma. Des- garrado su corazón con este cruel pensamiento, quiso hablar y no pudo, porque un sollozo amarguísimo le ahogó la voz en la garganta; los ojos se le llenaron de lágrimas y cayó de rodillas ante un magnífico cuadro del Corazón de Jesús que allí estaba. El padre aprovechó aquellos solemnes momentos y tomando á su hija de la mano le preguntó con tono imperioso. —¿Te arrepientes de haberme ofendido? Y ella cogiendo con sus manos la de su papá y llenándosela de besos y de lágrimas, y mirándole con ansiedad y con mucha pena respondió. Si le he ofendido, con toda mi alma pido á V. que me per- done; pero las monjas no son... El la interrumpió tirándole de la mano: y aña- diendo con viveza: ¿Haces propósito firme de enmen- darte y no darme otro disgusto? Mi vida daría yo por no disgustar más á usted; pero las monjas no... ¡Calla y dime! ¿me serás obediente en todo lo que te mande?

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