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= E buen trato que los expedicionarios habían dado a los del Milagro, no tardaron en reducirse y corres- ponder a la visita que los Misioneros les hicieron. Estos, amantes de la agricultura, presentáron- se varias veces en Codazzi en solicitud de herra- mientas para sus trabajos, cuyos deseos fueron cumplidos con prodigalidad. Aprovechando las buenas disposiciones de es- tos salvajes, les nombrámos un maestro, quien en cartas recientes nos da noticias muy halagadoras como ésta: «Mis alumnos están algo adelantados. Me vine de la Sierra para las fiestas y por miedo al saram- pión, que está azotando estos pueblos; no quise invitar a los indios de mi escuela, pero hé aquí que inopinadamente el día 7, a la misma hora que Su Señoría un año antes hablaba amistosamente por primera vez con ellos, se presentaron aquí seis de mis alumnos, cuatro varones y dos muje- res: ellos cargaron la imagen de la Divina Pasto- ra, y ellas, con asombro de todos los forasteros que vinieron a presenciar nuestra fiesta, formaron fila en la procesión, alumbrando a la Virgen al igual de las civilizadas. < La región que ocupan estos indios—sigue di- ciéndome el maestro Londoño—tiene todas las bellezas y fertilidad con que la naturaleza haya podido dotar a otra región. Aquí se puede culti- var todo lo que se quiera, porque contamos con temperatura desde 16 grados hasta 28. Las pa- pas se darían muy bien y de igual manera el trigo. Esto es mejor, y nos pareció no encontrar otra

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