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— 46 — mo señor ( Jhispo de Dibona quejábase al Exce- lentísimo señor Presidente de la República y al señor Ministro de Fomento de la esterilidad de las Misiones Católicas, y creía que la causa de esta infecundidad se debía en gran parte a los mismos civilizados: “Tal vez parecerá un tanto excesiva mi apreciación, pero la prueba el hecho de haber venido a esta ciudad, en más de una ocasión, algunos indígenas de aquel lugar a soli- citar protección, pues no pueden soportar ya los hechos. EN ellos se les molesta con el cobro de las contribuciones, lo que les hace aborrecer la vida civilizada y les retarda el conocimiento del verdadero Dios y de la santa Religión Católica.” En otro lugar de la misma exposición dice: 'A veces los indios son atropellados de una ma nera inhumana por los civilizados. y es de ur- gente necesidad que se nombre un protector de los indígenas, que reclame de todos los desafue- ros que se cometen con los indios.” El Prefec to del Territorio goajiro, en el informe que rin dió el año de 1878, decía: “Los civilizados se goajirizan, y son peores en sus procederes con los indios, por lo que casi siempre son los res ponsables de los malos procedimientos de és tos.” Llenos están los archivos nacionales de estas quejas contra los civilizados que trafican con los indios, engañándolos e imbuyéndoles sentimientos impropios de gente civilizada. Los holandeses + los franceses que residian en las Guayanas tenían tan amaestrados en el pillaje contra los indios de Orinoco a los indios caribes, que muchas veces los capitaneaban y dirigían, embijándose y yendo desnudos como ellos, en las horribles matanzas de infelices in dios. El General Francisco Vergara y Velasco es de parecer, en vista de los esfuerzos estériles de los Misioneros y de la poca atención que el Gobierno presta a este asunto, que se proceda sumarisimamente contra ellos, como lo hicie ron los Estados Unidos con los pieles rojas. Yo

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