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han comunicado nuestras costumbres y nuestr: idioma. En cambio fue pobre y efímera en la Costa Atlántica y en los Llanos, donde la lucha fue más encarnizada, y la acción militar y la co dicia de los mercaderes prevalecieron contra el celo de los misioneros y el mandato imperativo del Monarca español. De ahi que se exterminara alos taironas y chimilas, sin ser evangelizados; que los urabaes, cunas, coyaimas y los indios de los Llanos y del Amazonas estuvieran más ía miliarizados con el rugido de las fieras, el silbi do de las flechas y el látigo del señor, que con la persuasiva plática del misionero. El Gobierno Nacional, convencido de la nece sidad de reducir a los numerosos indios que lle van vida salvaje, ha resuelto mandarles Misio neros que los reduzcan a vida civilizada y enro len centenares de miles de indios en el haber de la República; pero el actual sistema de reduc ción no corresponde al noble interés del Gobier no ni a los esfuerzos de los Misioneros: su labor no puede ser más estéril e infructuosa. Invierte el Gobierno en la reducción de infieles más de cuarenta mil pesos oro anuales, desde hace vein ticinco años, y podemos asegurar, con los nú- meros en la mano, que todas las Misiones de Co lombia llevan una vida anémica, sin adelantar un paso en la civilización de los indios confiados a su cuidado, y hoy pueden repetir todos los Mi sioneros lo que dijo el Prefecto de la Misión goajira al Ilustrísimo señor Aráuz, Obispo de Santa Marta: “Señor: aquella Misión se halla en deplorable estado: nosotros- -cinco que so mos—casi nada podemos hacer entre los goaji ros, ni servimos de otra cosa que de ser testigos de sus maldades.” ¿Cuántos pueblos se han fun dado en los veinticinco años de Misión? ¿Qué mejoras se han introducido entre los indigenas * ¿Han disminuido acaso las guerras, robos, ho micidios, y se ha respetado más el principio de autoridad? Desgraciadamente nó. El Hustrist

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