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le atribuyen los mismos indios; lo probable es que hayan perdido toda noción de su génesis y venida a estas tierras, y en el deseo de tener una tradici 1ón, han inventado é sta, que carece de fun damento. Con este nombre de arhuacos se encuentran en las bocas del Orinoco varias tribus, según nos lo aseguran los historiadores y geógrafos: fueron evangelizados por un Obispo francés que pereció, juntamente con los arhuacos, a ma- nos de los feroces caribes. Pocas son las noticias que hemos podido en- contrar respecto de los indios tupes. Si no han desaparecido por completo, viven mezclados con los arhuacos de Atánquez y San José, no sólo en sus costumbres sino también en su len- gua. Se mantenían estos indios retirados de toda comunicación con gente blanca; no bajaban al valle ni a Riohacha, y eran tenidos por indios mansos y pacíficos, como los arhuacos. Por el recibimiento que hicieron a dos Padres Misio neros jesuitas que se encontraron con una tro pa de indios tupes, se ve su indole hospitalaria y pacifica: los llevaron a su tierra, donde con taron los Padres Misioneros veintiún mil ran- chos o caneyes, cosa al parecer exagerada, si nos fijamos en la población actual de toda la Sierra Nevada. Rogaron a los Padres que se quedaran con ellos para instruírlos, pero la ne cesidad de continuar su camino privó a estos infelices de la luz del Evangelio. La proxim! dad a la nación arhuaca, su carácter pacífico y la natural aversión a todo trato con civilizados demuestran la gran afinidad y parentesco que había entre ambas naciones, idénticas en buscar lo más fragoso de la Sierra, y en la costumbre de obligar a sus mujeres a que no aprendiesen el idioma extranjero ni mirasen al mar, para li brarse de la muerte. ¿Serán los tupes los indios que habitan hoy el Opón y y el Carare, encontra dos no hace muchos años por unos exploradores

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