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comparando elidioma kógaba y el bintukua, parece que existe algún parentesco, aunque re moto. No he podido saber si antiguamente adora ban al Sol y a la Luna, como algunas otras tri bus vecinas, ni quedan rastros de templos ni de obras que den indicio de una civilización ade lantada; lo único que hemos observado en va- rios puntos de la Nevada ha sido la existencia de montones de piedra, donde tenían antes sus pueblos y las rozas o sembrados. Los tunjos en contrados en las guacas o entierros no repre sentan ningún ídolo; solamente el sapo, tan ge neral en todas las razas del interior, es el que se ha encontrado en sus cementerios, lo mismo que algunas chagualas, águilas, leoncitos y co- lumnas de jaspe, tan primorosamente labradas como no las haría más perfectas un consumado artífice. No nos consta que fueran fabricadas por los arhuacos, y parece que no lo fueron, por que habiendo quedado parte de estos moradores en la Sierra, no se encuentran ahora joyas de esta clase, y no es creíble que perdieran tan pronto la costumbre de fabricar esos objetos y privaran a sus mujeres de estos adornos, susti- tuyéndolos por collares extranjeros de coral y cuentas de rosario. ¿Cómo y cuándo llegaron estos indios a la Nevada? No se sabe; lo más probable es que lle garan por mar a estas playas, donde fijaron su residencia, hasta que fueron expulsados por los taironas, que los obligarían a internarse en las sierras, las cuales ocuparon desde ese tiempo hasta la fecha. Los tupes y los chimilas fueron las otras tribus que vivieron juntamente con ellos en la Sierra Nevada. Los actuales arhuacos creen proceder de cua tro castas radicadas en Takina, Sulibaka, Ma cotama y San Miguel; pero no es creíble que la historia de un pueblo tan antiguo tenga un principio relativamente moderno, como el que

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