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i ) / ¡ ' — 34 — me peeras dibujarlo, y a que no me es po- sible otra cosa. la la atención que una nación tan pode- derosa como la de los tairon: 1S desapareciese sin dejar eipo ni rastro de su existencia eJar en toda la Costa Atlántica, y que los actuales Su- pervivientes (los arhuacos., masingas y bondas) no recuerden el nombre siquiera de aquellas tribus feroces, soberanas de las faldas de la Sie. rra Nevada yde toda la costa hasta Urabá. El lustrisimo k Jhispo Piedrahita escribe « jue hacía más de setenta años que no se ola hablar de la nación ona. ni en su tiempo hubo com- bates ni exploraciones por Ja parte de Buritaca y Don Diego; las dos únicas castas que preocu- paban entonces al Gobierno de Santa Marta eran los goajiros y los chimilas; pero no es po- sible que tan sigilosamente desaparecieran que no quedara señal ni rastro de su salida. Lo pro- bable es que, debido al rigor con que los trata- ron los españoles, se corrieran hacia la penín- sula goajira y se confundieran con esta nación, tan igual en sus costumbres, como veremos. No saben los goajiros cuándo llegaron a la peninsula de su nombre; lo único que creen es que vinieron, por mar, de unas islas o tierras le lanas, y que sus antepasados, después de muer tos, se convirtieron en animales, como los que se encuentran en La Goajira, y de los cuales proceden ellos. Hé aquí los nombres de las cas- tas en que están divididos los goajiros: arpu- sana, epieyu, epinayu, huoriu, ipuana, jayariu, jureguanayu, júzayu, cocina, paisayu, parauja, pushaina, zapuana, urariu y uriana. Durante más de un siglo, después de la conquista de la Nueva Granada, permaneció completamente ol vidada la pesima goajira; sólo había en el Cabo de la Vela una miserable población dedi da a la pesca de la perla, y por las continuas depredaciones de los corsarios y piratas, y po

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