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jaron su primitiva escritura entre los aboríge nes de la isla de Luzón, cuyos restos, encontra dos por los misioneros católicos, tuve ocasión de estudiar cuando visité aquel archipiélago; los caracteres se parecian más al hebreo que al sánscrito. No salieron de aquí los últimos sig nos de una edad tan remota que ya cultivaba la escritura; las nuevas invasiones perdieron por completo toda noción escrituraria, y al pasar de isla en isla y de archipiélago en archipiéla go, con los trabajos que representa la navega ción por tan dilatados mares, con peligros sin cuento, con toda suerte de privaciones, muchos naufragaron, pero otros pudieron llegar a las costas de la América, sin más cultura que la ía bulosa reminiscencia de los hechos más culmi nantes de la humanidad, adornados con toda suerte de leyendas, que desfiguraron los hechos hasta el punto de confundirlos con los objetos que más herían su imaginación. El kawi de Java y el idioma primitivo de los aetas de Luzón fue ron los únicos que conservaron en la Oceanía la escritura procedente del sánscrito, como en la Groenlandia quedaron los tipos rúnicos de la mvasión escandinava. Al llegar a la América trabaron grandes ba- tallas con los skrelligs, y después de sangrien tas luchas, vencedores y vencidos se unieron para formar nuevos pueblos, de los cuales salie ron los monumentos de Mitla, Anáhuac, Cuz- co y Copán, cuya civilización y filología de muestran el acervo de nuevos conocimientos que trajeron a la América los nuevos invasores. Los filólogos Paravey y Duponseau han encon trado grandes afinidades entre las lenguas ame ricanas y el sánscrito. Las dudas que se pudieran presentar sobre la probable llegada de los juncós chinos o de los champanes malayos a la costa occidental de América se desvanecen con sólo recordar los si erp”

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