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tadores, que más tarde acabaron con su liber. tad y riquezas. Prueban esta opinión los montí- culos descubiertos en Arkansas y Ohio, algunos de ochenta metros de altura, que parecen reme- dar la Torre de Babel, tan impresa en su memo- ria, que les recordaba la hecatombe del Diluvio y la confusión de lenguas. Estos monolitos los encontramos en Centro América y en Tiahuá naco, Perú, más perfectos y que revelan mayo- res conocimientos arquitectónicos, y no pare- cen tan antiguos como los mounds de la Amé- rica del Norte, descritos por Squier, Davis, Short, y que deben su existencia, según se opina, a los primeros pobladores o a una nación anti- quísima. La segunda emigración fue marítima y de raza amarilla. Al mismo tiempo que los descen- dientes de Jafet emigraron por la Europa y nor- te de Asia, los hijos de Cam y de Sem se exten dieron por el mediodía del Asia y norte del Aíri ca. Mizraím fundó a Egipto, levantó soberbias ciudades, abrió lagos de considerable extensión, fomentó la agricultura, el arte y la astrología. Los caimitas poblaron todo el Africa y gran parte del Asia Menor; los semitas fundaron los Estados de Persia, se internaron por el Asia hasta la India, China y el Japón, poblaron las islas de la Oceanía, donde se encuentran varios tipos enteramente distintos, como los aetas, igorrotes y malayos, los cuales se conservan to davía como muestra de las diferentes razas 3 emigraciones que han llegado a las Filipinas, y de donde se extendieron a otras islas, según lo indican sus mismas costumbres y la gran afint- dad de sus dialectos. Desde la más remota antigúedad cruzaron los mares del Pacífico los chinos y japoneses; los champanes chinos llegaron a la isla de Yedo, según los antiguos anales chinos, muchos siglos antes de la venida de Jesucristo, de donde po blaron todas las islas del Japón y Filipinas. De

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