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o” A CLA ARS Po, e mm 18 — en el siglo XVI, pues no podemos considerar como tales los que nos refieren Dicuil en Sus Crónicas ni Raín en las Antiquitates America- nae, ni en los escritos más o menos auténticos que se han exhumado en Portugal, España, Ita- lia y Alemania, después del descubrimiento de América por Cristóbal Colón. Están plenamente comprobadas varias de es tas emigraciones por las tradiciones de los mis- mos indígenas, anotadas por Brantz Mayer; por los monumentos antiguos de Mitla, descubier- tos y descritos por Francisco Burgoa en 1674y nuevamente por Nicholas Mil, Baudelier + [.ouis H. Aymé; por los restos de barcos encon trados en los cerros de El Callao V de Méjico, de forma enteramente distinta de las que tenían los barcos del siglo XVI; por los restos de vasi jas de barro, tunjos, sillas v otros enseres des cubiertos en Nuestra Señora de los Remedios de Nueva Granada, y por la estructura especial de los diferentes idiomas hablados en la Amé- rica, los cuales demuestran, mejor que ningún otro monumento, fuéra de la escritura, el ori gen y la procedencia de cada familia. Algunos admiten la existencia de habitantes en América antes del Diluvio, mas esta opi nión no está suficientemente probada, porque los objetos encontrados en América del Sud y en Méjico muy bien pueden pertenecer a tri bus más modernas, que perecieron en los arries ados viajes que hacían emigrando de un punto a otro. Las embarcaciones encontradas estaban cerca del mar, de suerte que pudieron muy bien ser transportadas al interior por una gigantesca ola, tan común en el Pacífico, como las que aso laron a Tumaco, al Japón, la isla de Samar, el archipiélago de Ponapé y el de Marshal, en el siglo pasado. No falta quien sostenga que fue ron los cartagineses los primeros pobladores, los cuales llegaron, según esta opinión, a una isla hasta entonces nunca sabida, apartada

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