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AO _ de anunciarlo y de asegurar al mundo lo que decía. Ahora bien: acudieron los doctos, dando a aquel raro esquisto el nombre científico de Andrias Sheuchzerii. Mas no pararon aquí los descubrimientos; a no pocos, al estudiarlo de- tenidamente, les pareció ver en este fósil a un hombre que había vivido mucho tiempo antes que Adán, y convinieron en llamarle preadami:- ta. ¿No sabéis, señores, que habiendo vuelto a examinarlo otros sabios, se hizo un nuevo des. cubrimiento, respecto del cual no pudo quedar duda, después de las concluyentes pruebas de Pedro Camper de Leida? ; Aquel pobre preada- mita no era en realidad más que una salaman dra! La edad asignada por Liell y Morlot, funda dos en la antigiedad de las empalizadas encon tradas en Suiza, y que sirvieron al primero para su clasificación de las edades de piedra, de bron ce y de hierro, no merece ninguna fe, ni se pue de tomar en serio, pues el mismo Liell tuvo el cinismo de confesar que alguno debía tener el valor caballeresco de principiar, y en efecto, co menzaron por atribuírle al primer hombre la respetable antigitedad de cien mil años. Las huellas impresas encontradas en una toba volcánica perteneciente al volcán de Tiz- capa, cubierta por catorce capas de piedra y de- pósitos, no demuestran tampoco la antigiedad que les suponen algunos geólogos, porque un hecho rigurosamente histórico como el de Her culano echa por tierra todas las fantasías y cálculos geológicos. Sobre las ruinas de esa ciu dad se han encontrado seis capas de estratos, perfectamente separados, que representan, al parecer, una pasmosa antigúedad, y a las cuales, de ignorarse la fecha de la destrucción de aqué- lla (setenta y nueve años después de Jesucris to), les hubieran asignado los geólogos muchos millones de años más de los que les corres ponden.

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