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humanos que indicaran la presencia del hombre en est período. En 18835 se hicieron otros descubrimientos en el rio Miami, en los lechos arenosos de Jack son County, con idéntico resultado que en De laware. Los restos humanos encontrados en las arenas auríferas de California y clasificados por Whitney, Director del Museo de San Francis- co, contenían adherencias de capas ferrugino sas, cantos rodados, lava, cal y fragmentos óseos, que prueban la huella profunda de los grandes trastornos sísmicos verificados en esos terrenos. Los levantamientos terrestres obser- vados en Suecia y los hundimientos periódicos en la Groenlandia meridional; la mutación de los ríos, que tienden a dirigirse a la derecha en el hemisferio boreal; las grandes lluvias e inun- daciones en las pampas del Brasil y de la Ar gentina, hacen inadmisible la existencia del hombre terciario en la América, y aunque qui siéramos asignarle toda la antigúedad que Schmidt reclama para su familia preadamita, no permiten los estudios geológicos y los des cubrimientos arqueológicos asignarles a los primeros habitantes de la América más de dos mil años antes de Jesucristo. La fantasía del geólogo no alcanza límites cuando tiene la fortuna de tropezar con algún raro ejemplar que pueda legarle nombre y fama; al pensar que su nombre recorrerá los museos y academias del mundo científico, olvida la repo sada observación que compara, analiza y estu dia el valor científico de su hallazgo. La vani dad y el orgullo pueden más que los verdaderos intereses de la ciencia :dígalo si nó Juan Sheuch- zer, el cual, llamado a decidir sobre un esque leto incrustado en una piedra, que se había ha lado cerca de Haeninggen, lo examinó y decla ró lo siguiente: “El esqueleto es de un hombre muerto en las aguas del Diluvio de Noé.” Alegre con tal descubrimiento, publicó opúsculos, 4 fin

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