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observan en su conjunto las naciones africanas de color oscuro, sobre las cuales la obra profun da del Capitán Prichard ha difundido tánta luz. parangonándose con las familias de los archipié lagos al sur de la India y de la Australia, con los kanakas, con los papuas y con los alfuros, se ve claramente que el color negro de la piel, el pelo lanudo y los lineamientos del negro no van de nineuna manera siempre juntos. Ora se siga la clasificación de Blumenbach en cinco razas, ora se admitan siete con Prichard, nunca se puede reconocer en tales agrupaciones algu na precisión típica o algún principio de clasi- hcación fundado sobre la naturaleza” (1). Qua trefíages, en su hermosa obra La Especie Hu- mana, demuestra en admirable síntesis cómo todas las estirpes humanas tienden a unirse a un solo tronco formado por la raza caucásica, la cual ocupa la mitad occidental del Asia, casi toda la Europa y el Africa septentrional, se une a la raza mongólica, que da la mano a la raza americana, y a la negra, que se aparta más del tronco primitivo, se le une por medio de la raza oceánica. La objeción de Carlos Vogt sobre el núme ro de habitantes en tan reducido número de años se desvanece con el siguiente sencillo cóm- puto: suponiendo por término medio que cada pareja humana, desde aquel año vigésimoquin to hasta el quinquagésimo, engendrase seis hi- jos, el número de hombres, cuatrocientos años después del Diluvio, debía ser de ochocientos millones, lo cual no es ninguna inepcia, pues les tavorecían la longevidad, el vigor físico y la po ligamia, permitida en aquel tiempo. Más seria es la objeción de Schmidt, pero a6 tiene suficientes pruebas para probarnos la pre existencia del hombre terciario. No solamente no está demostrada la aparición del hombre ter 1) umboldt

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