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hayan tenido efecto por medio de buques que partían del este del Asia o del oeste de Europa, o de Fenicia? ¿Qué quieren decir todas las concordancias etnológicas que con tánto em- peño se han buscado para averiguar la proce dencta del hombre? Lo más que pueden demos trar es el contacto con otros países que ha teni do América en tiempos nada remotos, pero no la procedencia del hombre, que seguramente ha- bitaba ya en el Nuevo Mundo antes de que nin- guna de las razas actuales del Antiguo ocupa sen las residencias en que al presente viven. ni siquiera hubieran alcanzado todavía sus rasgos característicos.” A estas objeciones responde la ciencia que el color de la piel depende de los agentes físicos, como el suelo, la atmósfera, la luz y el calor, do minando el blanco en los países fríos y el color negro donde predomina el calor; sin embargo, estas cualidades, meramente accidentales, cau sadas por un pigmento subcutáneo, se cambian por el cruzamiento y la mezcla de las razas y del medio en que vivan. “Mientras sólo se estudiaban los extremos de la variación de las formas, y bajo la vivaci dad de la primera impresión sensible, se podía ciertamente venir a considerar las estirpes, no como simples variedades, sino como familias de hombres originariamente diversas. Empero, en favor de la unidad del género humano hablan, a mi modo de ver, los muchos grados interme dios en el color de la piel y en la forma del crá neo, que los rápidos progresos de la ciencia veo gráfica nos han hecho conocer en los tiempos modernos. La mayor parte de los contrastes que en un principio se creyó encontrar, quedó removida por los diligentes estudios de Tiede mann sobre el cerebro de los negros y de los eu- ropeos, así como por las indagaciones anatómi- cas de Weber sobre la forma de la pelvis. Si se
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