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AO posible, del probable origen de los primeros ha- bitantes de la América y del único medio que debe emplearse en la reducción de los indios. PRIMERA PARTE Señores: No vayáis a creer que he descubierto el ver dadero origen de los primeros pobladores del Nuevo Continente, ignorado de todos los que han estudiado sus tradiciones y monumentos; apenas añadiré mis propias observaciones a las opiniones más racionales y científicas que se han emitido sobre el particular, después de exa- minar las crónicas del monje Dicuil, las Anti- quitates Americanae de Raín, las tradiciones recogidas por los misioneros y exploradores, las importantes ruinas de Anáhuac, Méjico, Yucatán y Copán, en Centro América, la civi- lización muisca e inca y los suntuosos templos del Cuzco. ¿De dónde proceden los americanos? Los filósofos del siglo XVIII resolvieron de plano el problema afirmando que proceden de una raza enteramente distinta de la del Viejo Continente. “Baste fijarse—dice Burmeister— con alguna atención en el color de los indivi duos que constituyen las diferentes naciones, para comprender que las actuales razas huma- nas descienden de varias distintas parejas, por- que si todas las naciones fueran originarias de una sola pareja, todos los matices del color de su piel ostentarían un mismo tono en su fondo, lo cual es imposible, tanto más cuanto que, aun suponiendo que el color atezado del negro pro- ceda del blanco moreno o tostado del europeo,

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