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tamente restaurada la fauna del jurásico y del cretáceo. Mas si se contuvieran los entusiasmos pa leontológicos en su justo medio, sin rebasar la infranqueable barrera del misterio, y no se aventuraran afirmaciones insostenibles en el campo de la filosofía, adelantaría esta ciencia mucho más en sus investigaciones y descubri- mientos, y sus triunfos serían cada día más ruj- dosos. Digo esto porque en el estudio etnológj- co, a Emilio Schmidt y a Haeckel se les ha ocu- rrido buscarles una cuna a los primeros pobla- dores del mundo por los años de cien mil y pico antes de la venida de Jesucristo, en la época ter ciaria; a Huxley se le antojó emparentar a los primeros habitantes de la tierra con los antro- pomortos; a Burmeister le pareció que debía po ner en América una pareja humana distinta de la bíblica, para resolver las dificultades del co- lor en algunas razas; y el Marqués de Naidillac sostiene que la América fue la cuna de la civi lización primitiva. “Es el mundo nuevo quien ha poblado el antiguo. Es de la América de don de han pasado al Africa y al Asia los animales domésticos, las artes, las industrias, los jero- elíficos y todos los ritos religiosos. Pero no se crea que esta es una opinión aislada—continúa el buen Marqués, —formada en la soledad, o sa lida de un cerebro desequilibrado. Un distin guido escritor contemporáneo sostiene también esta tesis: para él son los habitantes de la Amé rica los que han poblado la China, y de aquí se han extendido por todo el mundo. En la igno rancia en que estamos, todas las opiniones e hi- pótesis son discutibles.” En mi concepto, el método más adecuado para llegar al completo conocimiento, no sólo de los reinos de la naturaleza sino de la historia de la humanidad, es el inductivo, seguido por todos los sabios en estos últimos tiempos, siem pre que se eviten los sofismas de una mala ob-

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