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É Tras estos tristes despojos de una conquista insana corre el arqueólogo en busca de miste rios que descubrir; desmonta la selva que cubre su precioso tesoro; escudriña las entrañas de la tierra; observa atentamente los frisos de las paredes, las colosales figuras que aparecen sen tadas en las soberbias escalinatas, ruinas de los antiguos templos: encuentra numerosos jero- glíificos, y la satisfacción del sabio es infinita mente superior, al encontrar estas reliquias, a la | conquistador al hallarlas llenas de oro. Notables han sido los descubrimientos he chos en Babilonia, Nínive, Menfis, Herculano, Pompeya, Itálica, Mitla, Anáhuac y Copán, los cuales serán poderosos factores de la recons trucción del árbol genealógico de la especie hu de mana. Estos notables descubrimientos, unidos a los estudios antropológicos de Quatrefíages, Tie demann, Virchow; a los filológicos de Paravey, Max Muller, Shultens, Bopp; a los etnográfi cos de Humboldt y de otros escritores más mo dernos, han despertado en todos los centros do centes un febril entusiasmo por continuar la obra de los descubrimientos prehistóricos en ambos mundos. En América del Norte se trabaja ardorosa mente en este sentido, mandando comisiones científicas a las ruinas de Nínive y de Babilo- nia, a las de Méjico y Yucatán, a los antiguos pueblos de los iroqueses y pieles rojas, a los Es tados de Nebrasca, Colorado, Wyoming y Ohio: no se omite sacrificio alguno por arran: car a la tierra sus secretos escondidos durante centenares de siglos en el fondo de sus entrañas. Debido a esta constancia podemos hoy admirar la regia sala de fósiles restaurados del terreno silúrico en el Museo de Nueva York. Y es de esperar que bien pronto nos ofrecerán sus sabios la agradable sorpresa de presentarnos comple

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