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nes mosaicas, transmitidas de padres a hijos, se borraron y confundieron con el tiempo; los jeroglíficos, precursores de la escritura, los mo- numentos y demás signos de una nación civili- zada fueron patrimonio de muy contados pue- blos, y la mayor parte de las tribus que se espar- cieron por el mundo perdieron totalmente la noción de su origen, de su historia, y vinieron a parar en el más lastimoso embrutecimiento de una vida salvaje. La carencia de la escritu- ra, de los monumentos y tradiciones que perpe- tuaran los sucesos más notables de su historia, la desaparición de algunas razas sin haber de- jado más huellas de su paso por la tierra que restos informes de antiguos poblados, sin je- roglíficos ni objetos que sirvan de punto de com- paración con otros similares ya conocidos, di- ficultan el trabajo del etnólogo, que encuentra inmensos vacíos en el campo de sus exploracio nes, sin poderlos llenar con ninguna hipótesis racional. ¡Bien hayan de la ciencia y de la hu manidad los misioneros católicos, por haber sal- vado de un seguro naufragio las tradiciones in- dígenas, los jeroglíficos y demás objetos de su incipiente cultura, para que no desaparecieran con las mismas razas! No menos desprecio sintieron los conquista- dores de todos los tiempos por lo que hoy es ob- jeto de acendrado amor, culto y estimación del etnólogo: la ausencia de toda noción artística en los conquistadores de todos los tiempos, llá- mense bárbaros o civilizados, que para el caso es lo mismo, y la gran dosis de pillaje de que es taban repletos sus pechos, los impulsaron a des truír las maravillas artísticas de Siria, Persia, Palestina, Egipto, Grecia, Roma, Cartago, Mé jico, Centro América, Sugamuxi y Cuzco, mo- vidos por la sed de oro y de sangre derr: amada a tor lla ¿ convirtiendo las más populosas ciu- dades en áridos desiertos y la civilización más próspera y floreciente en barbarie y esclavitud.

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