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• espec~á.cu_lo a los Angeles Y a los hombres. Los hijos de las tinieblas en sus maq~aaones Y en s_us obras ~o desean sino cosas terrenas, y, como adoradores de la mentira, no buscan smo la sac1edad de los carnales apetitos. Si el corazón del hombre anhela otr~ cosa más noble; si su espíriru suspira por otro objero más puro y más generoso; s1 procuramos alcanzar esta belleza moral; insculpida por el divino hacedor en nuestra mente; el Arconte revolucionario trabaja incesantemente en colorear con su tor~ sensualismo sus_~ás rectas intenciones, sumergiéndole, si posible le fuera, en el c1eno de todos ~os vic1os. A tan funesras doctrinas y pésimos errores, opongamos nosot:os el '!esprec10 de las C?~as terrenas, y la adquisición de las celestiales, y reun~dos ?,ª1º la ?andera Sf!rálica de la pobreza, consolidados con la oración y mortificac10n la.ncemonos animosamente 1 sagrado ministerio de la palabra u el buen ejemP_lo. La sociedad !umergida en este abismo de males, es necesario que expenmente una vez mas que la savia regenerativa y vivificadora existe hoy como siempre en la Iglesia _c¿atólica y por medio de ella en las Ordenes religiosas. Entiendan y comprendan tamb1en los hombres que todo bien viene de Dios, y de él solo hemos de esperar la paz y la felicidad así pública como privada; tanto presente como futura; puesto que, como dice el Evangelio, impera a los vientos y al mar, y estos le obedecen puntualmente. ¿Por ventura, mis amados Hermanos, volverán a reaparecer aquellos tiempos azarosos en los cuales, para alivio y reparo de la Iglesia, suscitó el Señor a nuestro bienaventurado P. San Francisco imitador constante de sus virtudes? Y de hecho muchísimos, imbuidos en los negocios y riquezas de este mundo, se les veía o engolfarse en la más negra avaricia, o precipitarse en el cieno de las más desenfrenadas pasiones. Los males y la miseria cundían tan entrañados en sus pechos, que a la más pequeñ causa, con se lee en la Endclica Auspicato de Su Santidad León Xlll, las ciudades vecinas estaban frecuentemente en guerra, y los ciudadanos hundidos en la más deplorable anarquía, se devoraban inhumanamente al filo de la. espada: la sociedad entera, abrumada de vicios y trabajos, caminaba rápidamente a su completa ruína. Vino Francisco, como sol aparecido en Oriente; quien con su adhesión a la locura de la Cruz, con su tiernísimo amor por la despreciada pobreza. con su ardentísima caridad para con Dios, y para con los hombres, con su corazón inflamado, y f'malmente con sus miembros divinamente estigmatizados; por este solo hombre, como dice la Encíclica precitada, realizóse uno de los mayores milagros históricos que hacen época en los fastos de la Iglesia: el mundo todo volvió a entrar en la senda que conduce a la verdadera vida. Nosotros, pues, que aspiramos a ser siempre hijos legítimos de tan gran Patriarca, sin degenerar jamás de s espíritu; informados con sus virtudes y escudados con su protección: ¿la alta misión de nuestro Padre por qué hemos de desesperar poderla llevar a cabo en nuestros días? Los falsos filósofos no podrán sostener por mucho tiempo sus sofismas mentidos, irradiando ya el resplandor de la luz celestial; pues no es ciertamente inútil el suave olor de las virtudes cristianas, que hasta a los mismos hombres obcecados en el pecado, tiene la faculrad de atraer. Armémonos por tanto para libral- la sanra batalla, investidos con un doble escudo; ~~aviene a saber, con la ciencia adquirida mediante la luz celestial, y con el ardentísimo fuego de la divina caridad, a f'm de que coloquemos en la vía del cielo a lo~ pueblos, que erraron el verdadero camino, reduciéndolos a la senda de la fe y de la virtud. ¡Oh mis muy queridos Hermanos! nuestro ~onstante anhelo se '!irigirá a _la realización de este fin salubérimo; a promover mas y mas la observanc1a regular~ a consolidar el espíritu religioso; a excitar y encender más viv~~te el celo apostólico en cuanto a la conversión de los infieles, o santas m1s10nes, . grand_emente recomendadas por su santidad· ora en remotas regiones, ora entre vanas naaones de Europa, privadas ¡qué dolor! 1 deJ poderoso apoyo del auxili sacerdotal. Nuestra 79

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