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con el corto número de misas, y que él no tuviera pensión ni grada para predicar, la comunidad no teru culpa, y cuando se iba, ésta se quedaba levantando sus cargas. Ambos acudieron [al aconsejarse de mí; yo procuré tranquilizarles, Y tomarme tiempo. Luego se convinieron ambos en sujetarse a mi resolución. Yo entonces partí por mitad, esto es, la mitad a la comunidad y la mitad al_~· Benimantell. Aparen~~:>n convenirse ambos, pero de allí a muy poco este Padre deJO la Magdalena y se volv1 a Valencia. También por este tiempo que se salió el P. Benimantell, [se]había ido el P. Angel de Villajoyosa, anciano octogenario, y padeciendo de una especie de diaspeño [diáspero?] continu . Estuvo sobre dos años y se- marchó, tomando un cuarto d l hospital de sacerdotes, donde de allí de poco más de un afio murió. Fueron, pues, constantes hasta que murieron en la Magdalena el P. Mariano de Bemedo, navarro, y el P. Félix de la Cruz. Murió éste en [espacio en blanco] de enero de 1860. Su muene fue un nuevo conflicto para nuestro P. Provincial, R. P. Antonio de Foyos, porque aunque la Magdalena estaba dada por el Gobierno y 'el comprador al Sr. Arzobispo, estaba en nuestro interés su conservación. De esto estábamos todos penetrados,; y lo que sólo se temía, lo que siempre sucedió, que era no haber quién fuera. Estaba yo entonces en la misión de Bañeres, y me alegré porque no se atribuyera a mi influjo cualquiera resolución que tomaran N. P. Provincial o el Sr Arzobispo. Con efecto, Nuestro Padre echó mano del P. Alepuz, o sea P. Tomás de Benifayó; éste fuése luego a la Magdalena, pero le escribió una carta, en la que le decía que si él se había de quedar en la Magdalena, habían él y el Sr. Arzobispo [de] depositar s autoridad en manos de los sen.ores Don Antonio Rodríguez, arcediano, y de Don José Matres, canónigo. Pero a las 24 horas de escrita la carta al N. P. Foyos, dejó la Magdalena y se volvió a Valencia, dejando al pasar por la alquería de frente de Foyos una esquela en que le decía su vuelta a Valencia, y que no había nada de lo propuesto por él en su carta antecedente. Entonces N. P. [Provincial] hizo [que] fuera el P. Vicente de Benimantell durante la cuaresma para poder N. Padre entretanto desocuparse y ver si encontraba quién quisiera ir. Pero todo en vano; nuestro Padre no tuvo más remedio que presentarse en la Magdalena y establecerse en ella. Invitó a varios, ya de los que fueron promovedores de su abertura, ya de otros que por su ejemplar vida podía hacerles gozo, mas todos se negaron, y después de haber estado hasta [espado en blanco] de agosto, o sea [espacio en blanco] meses, se ofreció a quedarse a cuidar de la Magdalena el P. Manuel de Rafelbuñol, hermano de las dos señoras de los dos molinos de harina inmediatos al convento. Su carácter vivo no llenó los deseos de Nuestro Padre y a lo 4 [7] meses se encontró con el P. Ambrosio de Benaguacil, buen sacerdote, celoso misionero y bastante simpático entre nosotros. Este Padre se formó la ilusión de que arrastraría consigo 6 ó 7 compañeros. Al ver que nadie iba, con un pretexto bastante frívolo el tercer día de Pascua dejó la Magdalena, sin que bastara el ir . P. Antonio de San Mateo en la cuaresma a disuadirlo, y haberse casi comprometido con él que perseveraría. Entonces se encargó de la Magdalena el P. Francisco de Masamagrell, predicador también y misionero. Este perseveró desde [espacio en blanco] hasta el 27 de octubre de 1861, en que entró el P. Tomás de Benifayó, nombrado Director de aquella casa de ejercicios y reclusión por el Excmo. e Il.mo Sr. Don Mariano Barrio, Arzobispo de esta diócesis, desentendiéndose ya desde entonces la Orden y quedando en un todo secu~~izada. Ha~íanse convenido con él unos tres o cuatro el ir bajo ciertas condiciones financieras, el tener que alternan cada año la presidencia entre todos;

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