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Los PP.s que estaban en la Magdalena trataron de deshacerse del P. Tomás, o bien fuera por temor que se les expulsase, o bien porque por las razones arriba dichas se hacían demasiado largas sus salidas del monasterio. Le escribieron manifestándole que en atención a las circunstancias apremiantes y la orden de su permanencia estaba excluido de la Magdalena. Sobre lo oportuno o imprudente de este paso, sobre los motivos que lo provocaron y otras causas que podían de una y otra parte agravar o disimular esta medida, nos abstenemos de hablar, porque me he propuesto el cubrir con el manto de la caridad a todos, y excusarles por lo menos la intención. El P. Tomás se demostró herido en su amor propio, se presentó a la Magdalena y defendió su derecho. El comprador del convento, habiéndolo sabido, fuése a la Magdalena, y como si fuera el Provincial convocó a su celda a los PPs; púsose de parte del P. Tomás, y aquellos venerables ancianos se vieron humillados y sometidos sin saber cómo al fallo árbitro de un seglar no muy avisado. Estas son las consecuencias de las cosas, cuando se hacen sin previsión; si se le hubiera hecho al comprador renunciar a favor de algunos religiosos, primer paso que aconsejó N. P. Antonio de San Mateo, no hubiera sucedido estos y otros apuros, como pasar el tiempo del cólera con su mujer y familia en la celda guardiana!, muriendo su hija luego tísica, etc. Al P. Tomás, o sea que ya no le hizo gozo en adelante la Magdalena por la razón que se desprende, o por las circunstancias del tiempo, o por otro motivo que él se sabrá, se marchó después a los baños de Uandete y no volvió más a la Magdalena. Después se marchó el P. Angel de Villajoyosa, quedando reducidos al P. Mariano, navarro, que luego murió, y al P. Félix de la Cruz los sacerdotes nuestros de aquel convento. Otra de las cuestiones suscitadas entre el P. Tomás y el P. Félix fue que habiéndose ido el P. Tomás a los bañ.os de Landete sobre cinco o más meses (creo), el P. Félix le aplicó las misas; el P. Tomás dijo, preguntado por medio de una carta, que no había aplicado ninguna, pues ya se lo había dicho de antemano. El P. Félix negaba; el resultado fue yo cargar con un trentenario y otros con otros, y dimos fin a la cuestión interminable de dos, el uno empeñado con el sí, y el otro con el no. Puesto que hemos hablado del P. Benimantell, diremos algo de los motivos de su salida de la Magdalena. Este joven estaba de corista en Alcira cuando a la exclaustración, donde estaba entonces el P. Félix de guardián, y con ayuda de vecinos se ordenó como otros muchos jóvenes. Su conducta es ajustada, su carácter adusto, más propio para monje que para capuchino; entrometente, por lo que callamos, o por mejor decir, por faltarle algunos años de claustro. El y el P. Tomás concibieron la idea que las cuentas no debían pasarlas los asociados y aprobarlas N. P. Provincial, como siempre se ha practicado en la Orden, sino que debían hacerlo entre todos, porque todos contribuían. Primeramente fue propuesto por entrambos y rechazado por todos los demás, y siguió el mismo orden que hasta entonces. Después el P. Tomás pretendió que en atención a sus muchas ausencias del convento, no se le obligara a celebrar cuando no estuviera en casa. A lo que sólo se le condescendió que aplicara la mitad de las misas como yo lo vi escrito este convenio en el libro de cuentas de la Magdalena. Si celebró otro después, es cuestión que aquí no nos hacE: el caso. Sólo diré que estas cuestiones no llegaron a perturbar la paz; sólo a disgustarse un poquito. Por este tiempo el cura de Museros buscó al P. Be~tell para que dij~ra la misa matinal en los días festivos, asignándole un tanto de limosna, la que el P. Vicente pretendió hacerla suya. Este tenía a su favor el no tener asignación de la Nación, ni predicar. El P. Félix pretendía pertenecer a la comunidad, rque ésta le mantenía 15
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