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advirtió no se hiciera de un modo ruidoso. Escribí a N. P. Foyos la concesión nueva; éste la participó al P. Félix de la Cruz y demás, y quedó la Magdalena abierta todos cuantos quisieran retirarse. Con todo la Magdalena quedó en el mismo estado, sin aumentar en su número. El P. Tomás concibió el proyecto de pasar personalmente a Madrid a solici del Gobierno el restablecimiento formal de una comunidad nuestra; lo comunicó co el P. Félix de la Cruz y el otro P. navarro, y haciendo presente el P. Tomás que no tenía dinero para verificar el viaje, ellos se ofrecieron a costearlo. Se fue el P. Tomás con este nuevo plan; se estuvo en Madrid algunos meses, volviéndose sin haber logrado cosa alguna. Presentó ra cuenta y ésta fue tan subida, que aquellos Padres no quisieron pasar por aquel cargo, y acudieron a N. P. Provincial, el cual encargó al N. P. Antonio de San Mateo la liquidación de las cuentas, y que pasara a la Magdalena a poner fin al asunto. Mas no atreviéndose a ir solo, fueron N. P. Antonio de Foyos, N. P. Antonio de San Mateo y el P. Miguel de San Mateo, secretario entonces de Provincia. Habiéndolos puesto de acuerdo con la rebaja de doscientos reales de vellón, dimos por concluido el negocio. Pero volvió a reclamar el P. Tomás por aqÚella cantida , diciendo que él la había gastado, y los Padres últimamente se la dieron. Como la nación estaba siempre expuesta a trastornos y ningún Gobierno podía sostenerse por mucho tiempo, disputándose el poder los dos partidos, moderado y exaltado, vino el julio de 1854 y día 16, Virgen del Carmen, se amotinó esta dudad de Valencia, cayó el Gobierno moderado, se levantó el exaltado, armóse la persecución contra la Iglesia, como se acostumbraba siempre que este partido subía al poder. Se echaron sobre Santo Espíritu y [lo] saquearon basta llevarse el peculio del Director, que accidentalmente no se hallaba en el convento, y que no le costó poco de sac . Fueron arrojadas también del Santuario de la Virgen de Montiel las Terceras Capuchinas, que con licencia del Diocesano había fundado el P. Ambrosio de Benaguacil, capuchino, a un cuarto de este pueblo (9); donde llevando todo el rigor de Capuchinas, sobrepujaron a éstas en el rigor de su pobrísima comida, pudiéndose decir más unas anacoretas de los primeros siglos, que no jóvenes del siglo XIX. Habiendo yo ido de misión el 1859, me empeñ.é en su restauración, llevé la cosa bastante adelante, pero no pudo conseguirse. Parece que la Magdalena debía caberle la misma suerte, pero lo que a primera vista parecía una desgracia fue una providencia del Señ.or. Había en la sazón en Magdalena sólo tres ancianos octogenarios, uno de ellos ciego, otro con un accidente formidable, el P. Angel de Villajoyosa, que también se salló después y murió en Valencia, y el P. Félix de la Cruz. Porque, aunque el P. Tomás de Benifayó no se había salido y vuelto a su casa, la continua predicación, meses de baños por un fuerte herpes que padecía, apenas se podía contar con él en mucha parte del año. El P. Vicente de Benimantell ya no estaba allí, y se había salido. Esto sirvió al comprador de la Magdalena para valerse de su influjo y hacer ver que allí no había más que unos venerables ancianos, y excitando la compasión, se les dejó. Con todo, desde aquel día cesó el toque de la campana, el rezo en el coro y se redujo como si fuera una casa particular de campo. Se celebraban las misas por la mañana, se confesaba a los que acudían, dándoseles la sagrada comunión, y a las siete de la tarde se reunían, rezaban la corona y otras devociones y se tenía la oración. (9) En 1851 el P. Ambrosio de Benaguacil tomó posesión del santuario de Montiel donde, junto con una sobrina (luego María de Montiel) reune un grupito de mujere penitentes para servicio y custodia del monasterio. En 1855 es expulsado y sus religiosas se dispersan.
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