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Más d?.Cfildad encontró en nuestro P. Provincial Antonio de Foyos, quien, fiado de los halagueños planes del P. Tomás, sin hacerle hacer al comprador una cesión fomta!, ~ondescendió a que se abriese la Magdalena a la ventura; esto es, sin el previo recoguruento de firmas, nombrando por Presidente al P. Félix de la Cruz, varón apostólico, observante de su estado toda su vida, elección la más a propósito que se podía hacer, acierto y tino con que procedió siempre N. P. Foyos en todos los actos de su espinoso gobierno. He dicho el más a propósito, porque el P. Félix, además de su virtud y celo, había sido maestro de novicios en la misma Magdalena; casi toda la juventud había sido sus discípulos de noviciado; hijo de un cuarto (de hora] del convento, y conocido por su largo confesonario de todo el terreno. Se buscaron limosnas por el P. Tomás, que en esto hizo servicios indecibles, y aunque obrando en cierto modo en casa ajena, como después se verá, la Magdalena en poco tiempo se puso en disposición de recibir una comunidad. Vino el día, que fue el 2 de Pentecostés de 1853; se abrió con grande fiesta y concurso de todos cuantos habían asociádose al P. Tomás en la empresa; se celebró con fiesta también de refectorio, y se concluyó el día felizmente. Al siguiente día fueron desfilando cada uno a su casa y obligaciones, y la Magdalena se quedó con el P. Félix de la Cruz, de 80 ados, el P. Tomás de Benifayó, y el P. Mariano de Navarra, ciego de 80 años, que bailándose aquí refugiado, vivió y murió allí; y dos legos. Aquí ya empezaron a barruntar el yerro; N. P. [Provincial] luego empezó a desengañarse, que aquello no prosperaría. Con todo de allí unos meses se presentaron a formar parte de la comunidad el P. Vicente de Benimantell y el P. Senén de Cheste. Este apenas estuvo sobre 4 meses, y se fue; el otro, sobre dos aftos y también se fue. A los muy pocos días de abierta la Magdalena, como se había hecho sin permiso del Gobierno y sólo del Señor Arzobispo, algunos enemigos de frailes, o alguna Autoridad, dio parte al Ministro que en esta diócesis se había abierto un convento de Capuchinos; el Ministro escribió al Sr. Arzobispo, que le dijera sobre aquella novedad, y este Señor me llamó (porque N. P. Provincial vivía en Foyos) y me dijo la novedad que había, y de qué modo se podía salir del paso. Yo contesté que Su Excelencia podía decir al Ministro que lo que se había abierto era la iglesia al culto; que, como estaba solitaria, se habían reunido tres sacerdotes, que se necesitaban para el desempeño del culto; y que no siendo edificante allí el servicio de mujeres, y no pudiendo pagar criados, tenían dos legos de su misma Orden para servirles. Esta contestación satisfizo al Sr. Arzobispo, la envió al Ministro y éste acallóse con-ella. Viendo el P. Tomás que habían salido fallidas todas sus ofertas, se presentó a N. P. Provincial y le dijo que el motivo de no acudir más era porque el Sr. Arzobispo, temeroso del Gobierno, había encargado que no pasaran de siete, y aunque es una verdad que aún no había este número, si sabían que podían ir cuantos quisieran, entonces acudirían; y por lo mismo que me instase a mí para que me interesase con el Sr. Arzobispo y concediera esta libertad de ir todos los que quisieran. N. P. [Antonio de] Foyos me envió a decir la nueva pretensión; y yo, aunque conocí que ningún efecto produciría semejante concesi~n, y que por otra parte lo expuesto de que el Sr. Arzobispo me reputara por un unprudente en vista de lo ocurrido con el Ministro con todo me presenté al Sr. Arzobispo, y se la hice. El Sr. [Arzobispo] nos quería~ extremo; estaba_muy agradecido de los m~~os servidos que le prestábamos, y no queriéndome disgustar, me oto 6 la petioón; sólo me 13
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