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sd nomía? Aquel en cuya presencia tiem- blan los cielos, se estremece la tierra, y le respetan los infiernos? ¿Aquel á quien doblan la rodilla los Angeles, los hombres y los demonios? Aquel á quien obedecen los vientos y los mares, los cielós publican ser obra de sus maños y el firmamento canta su gloria? Es posible, alma mia, que éste Dios eterno, inmutable; inmenso, infinito en todas sus admirables perfecciones, hecho hom- bre 'por nósotros, padezca por nosotros? Sin duda alguna: aquel, aquel mismo señór que arrojó los ángeles rebeldes desde lo mas «alto del cieló hasta lo mas profundo del abismo, que háte doblar la cerviz á los montes mas eminentes, y encorbarse los collados á la vista de su eternidad; que con un Yo soy, pro- nunciado con humildad en el huerto de Getsemaní, derriba átodos los soldados y ministros que venian 4 prenderle, y
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