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— 36 — espinas, sus clavos, sus azotes, sus bo- fetadas y su cruz: testigos los arroyos de sangre que por tí derramó: testigos sus escarnios, sus oprobios, sus llagas de que se vió cubierto desde los pies á la cabeza; y testigos son que asombran y llenan de estupor sus deseos de pa- decer mas por tí, su sed, sus ansias de sufrir mas por tu amor. ¡0 Dios infini- tamente amable y amante incomprensi- ble de las almas! ¿Cómo tú, ó. corazon mío, no te ablandas, no te enciendes, no te partes, no te abrasas en su divi- no amor? Si las piedras insensibles se quebrantaron á la vista de un Dios hom- bre, que padecia por amor del hombre, ¿cómo tú tan lleno de sensibilidad para otros objetos tan poco dignos de tu amor permaneces mas duro é insensi- ble que las piedras? ¿Cómo no aprendes de los peñascos el arte de amar á su mismo Criador? ¿Dudas que te ama?
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