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— 139 — santidad de nuestra voluntad; pero en la fanesta caida de aquel primer hom- bre nos precipitamos todos en su misma voluntad; quedamos en un estado infeliz, pobre y miserable. Tan desdichados que- damos sin la divina gracia, que San Pablo dice: no somos suficientes para hacer, hablar Ó pensar algo bueno en órden 4 muestra salud eterna, sino que nues- tra suficiencia viene de Dios. ¡AÁsom- brosa y lamentable transformacion! El entendim'ento quedó tan rodeado de ti- nieblas, que nada ve, nada sobrenatu- ral descubre si la gracia no le ilumina: la voluntad se vió tan herida, que si la gracia no la sana, es su muerte eterna inevitable. El corazon rodeado de deseos no impetuosos, apetitos desenfrenados y furiosas pasiones, navega por un mar borrascoso en que el naufragio es cierto, si en la nave de la gracia no llega al puerto. Concebidos en pecado, hijos de
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