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88 tantos antes y aho-a han sofiado ver: el retrato auténtico del hombre de Asis. Si alguno hay (y puede fundadamente dudarse) de transcripcién directa, no merece lus honores de tal. Reconociendo en Giotto dominio de la técnica superior a sus anteceso- res, robusto pensamiento lirico, ingenio ordenador, su mayor estudio de la realidad no le llevé sin embargo a intentar una efigie acabada del Santo. Ni Tadeo Gaddi, Sassett1 y Tadeo Bartoli bebieron la poesia franciscana a raudales como Fra Angélico. que no vistié habito de tal, mas si su_ espiritu. Ya que no de su fisonomia, fué el fiel intérprete de su sentimiento, eminentemente liumano y eminentemente serdfico. Sentimiento que estudié dentro de si mismo, que amé y fomenté con amor sincero, que traslad6 con pincel ingenuo y magistral. No estudiaron asi el interior de Francisco los La Robbia, que en sus terracottas han dejado de él un recuerdo imborrable, ni Benedetto de Ma- jano, Domenico Ghirlandajo, Filippo Lippi, Catena, Zingaro, los Van Eyck o Giorgione, aunque encarifiados todos ellos del de Asis. ¢éCubia esperar del Greco que dejara estampada en la tela la anhelada imagen del gran hombre del siglo XIII? El Greco comprendi6é muy bien que no debia copiar simplemente los rasgos y lineamientos del Santo. Que una cosa es reproducir fielmente el original visible y otra represen/arlo. El, que tan hermosos retratos supo crear, luché toda su vida por fijar la fisonomia peculiar de San Francisco. Cémo? Adentrandose en el espiritu del Santo; poniéndolo en relacién con los distraidos espectadores y haciéndoles sentir sus mismos sentimientos con una intensidad fuerte, irresistible, parecida a la que intentaba trasladar al lienzo. El primer acto del artista ha de ser anular las impresiones contrarias a la que desea excitar o simplemente incompatibles con ella: pasiones, recuer- dos, escapes de atencién. Falta después, a la vista del objeto, suscitar ideas y emociones. El juego de ideas y colores en un espacio reducido, tini- co medio de que el pintor dispone, ha de ser tal, por consiguiente, que se apodere del ptiblico, le arrastre a ver y pensar y haga nacer la impresién ne- ta que intenta. Luces y sombras, lineas y planos, todo debe concurrir al mismo fin. El Greco creyé, como creen los pintores modernistas, que para ello le era licito atenuar y exagerar, anulando y deformando volumen y colores. Huyendo de las conveticiones de la pintura de su tiempo, de sus mentiras, de su artificio teatral, de su belleza que se da en exhibicién, bus- ca con sinceridad la expresién elevada y la subraya. Pero ¢respetando hu- mildemente los fueros de la naturaleza y de la verdad? No siempre. Asi, siguiendo las huellas visibles de la vida invisible, no es siempre sumiso a la objetividad externa, que todo arte que de tal se precie debe estudiar sin

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