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87 tas cosas. Demasiadas cosas, cuya bondad y belleza no eran sino el palido reflejo de una sola, la bondad por esencia. la belleza eterna. Tanto lloré que sus ojos enfermaron. Comprendia bien todo esto el pintor? Si examinamos su obra, parece que no entendié otra cosa en la historia de Franciscc. Pero a estos pintores filésofos hay que examinarlos como a los paisajes variados: por todos los lados Un distrdido que se echa por primera vez ala cara un San Francisco del Greco gno pensaraé que el pintor ve visiones y quiere embromarle, a él critico frio y ecudnime, dandole por un santo un fantasma calenturiento? Que eche a andar el espectro y sentiriais un extremecimiento de escalofiio al clavar en vosotros los grandes ojos saltones y vidriosos que beben las dis- tancias. Mirad bien esa cabeza triangular, esas huesosas facciones, esa na- riz afilada, ese cuerpo que se estira y retuerce, bajocuya piel no corre la sangre, Examinad esas lanas, tejidas en telares desconocidos. Pero, si os atreveis, tended vuestra mano y estrechad la suya, larga y sarmentosa, cu- ya leve presién os trasmitira tal vez algo que no esperabais, un benévolo saludo, sincero y fino. Y si escuchais. acaso os diré en media palabra lo que no os han dicho otros labios. Contentaos con eso y no le estrechéis a pre- guntas; porque, eso si, a veces suele contestar en griego. Si me preguntais a mi, no al Greco, si este es San Francisco, os diré... equé os diré? San Francisco fué el santo crucificado por el amor. Fué gran amigo de la soledad. Fué un austerisimo penitente, nunca satisfecho en sus ansias de mortificacién. Bien pintado esta asi por la mano del cretense. ¢Dénde mejor, fuera de Murillo, cuando pinta como maestro, én sus aspiraciones celestia- les, en sus efusiones de amor divino? ¢Quién asi fijé el deslizarse de la vida interior? gLe superan acaso en vigor los maravillosos San Franciscos de Zur- bardn o de Ribera? Pero geste Francisco tiene ei rostro, el cuerpo, el cardcter del asisiense? Su alma, des el alma que dié vidu al Santo dela simpatia? Abiertos los dos libros por sus ultimas paginas hablan con la misma elocuencia de las_subli- midades divinas, ¢Portada y texto son distintos? gAcaso diversas ediciones tan solo? Verdad es que a los pintores contempordneos del Santo 0 poco poste- riores, no se les podia pedir un verdadero retrato, sino a lo mds un recuer- do carifioso de él, en que se vieran, aunque deformemente, dibujados rostro, gestos, rasgos. Berlinghieri o Margaritone, silo intentaron, no estaban capa- citados para darnos la verdadera imagen, que tampoco acertaron a estampar los fresquistas Memmi y Lorenzetti, el mosaista Torriti, ni Cimabue, a juz- gar por las obras referentes al Santo que, con derecho o sin él, se le atribu- yen. Miremos con curiosidad las pinturas de aquellos tiempos, barbaras no raras veces; deleitémonos en la ingenuidad con que estén trazadas y en el sentimiento delicado que respiran: pero renunciemos a ver en ellas lo que EE sernetgienetataiherantedarncantinr nn centeneget nares

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