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72 tiendo de la nube, ilumina al penitente y deja en oscuridad el antro, da a la figura de Francisco un relieve extrafiamente vigoroso No es facil olvidar la vivida expresién de tal cabeza. Notemos primero el procedimiento de simplificacién en.pleado. Nada de figuras accesorias; nada de rosado ambiente matinal; ni un rincén del abrupto paisaje, solo la fria cueva sin detalles. ¢Una florecita al menos que despliegue sus diminutas galas en una grieta, una enredadera silvestre que suba agarrandose a las oquedades de la piedra o se arrastre humildemente por los angulos de la entrada? Ni siquiera un rayo de |uz natural alumbra aquellos escondrijos, ni la luz celeste emite esplendideces y tonalidades cé- lidas que alegren la fria estancia. Francisco conversa a solas con su inespe- rado visitante, borrosamente entrevisto. Desatadas suavemente las manos, el santo escucha palabras de misterio. Su faz se contrae; su espiritu se abis- m4; el coraz6n parece abrir un paréntesis a la maravillosa actividad de su fiebre de amor. Tal es la tensién de su espiritu q e no le —— accién para otra cosa. Se comprend.: bien la admiracién del Santo, no.ante la visién, acostum- brado como estaba a los celestiales favores, sino ante tal visién. GQué que- ria de él el buen Jestis Crucificado? ¢éPor qué dolores y tristezas en quien vivia sumido en los deleites eternos? Es dificil penetrar en el pensamiento de los que viven en el sentimien- to de la intimidad. jOh luchas ocultas! jOh adaptaciones violentasa una rea- lidad indeseada! j|Oh esperanzas doradas, que huyen dejando en pos de si soledad y vacio! jOh nobles empresas, que un momento parecen realizadas y terminan por malograrse irremediablemente! ¢Es algo de esto lo que ha impreso en el rostro de Francisco esa huella de honda tristeza? ¢Es la peni- tencia la que ha desecado y cavado esas mejillas y marchitado la lozania de una atractiva figura? A los frios fulgores, que cercando al pracitieadl y sirviéndole de nim- bo se desprenden de la nube y medrosamente penetran en el antro, podemos apreciar en aquel varén el surco profundo que las lagrimas van abriendo en el rostro. Si el llanto, interminable, aun no ha conseguido apagar la vista, a que gustosa asoma todavia el alma purisima de quien vive por el amory para el amor; ya llegard la hora en que el amor tirano, consumada su obra destructora, encendera con el ultimo resplandor de la cera terrenal la llama de una luz indeficiente. Esta sobriedad austera, que asi prescinde de toda suerte de ornato, preside toda la serie de San Franciscos del Greco. Por excepcién hay en al- guno de ellos una segunda figura, un fondo de paisaje o una humilde trepa- dora. No parece sino que ha condenado al destierre, juntamente con su bri- llante corte, a la fastuosa reina que ostenta su poderio en los dominios del ensuefio, la imaginacién. Z éTeme el pintor ser victima de los indiscretos juegos de su fantasia? ¢Juzga mas en cardcter con su hérse, el mas pobre entre los pobres, presen-

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