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70 las estrellas que brillan en las paginas de nuestra historia, marcando la via lactea de heroismo, de inspiracién, de ciencia y santidad por donde nuestra Patria subi6 al cielo de una grandeza sin igual. Este espiritu, Excmo. Sr., me atrevo yo a afirmar, es también el que ha inspirado vuestra obra maravillosa de restauracién nacional, porque esta obra ha sido de paz, de amor y de espiritual purificacion. Habéis extinguido aquellas luchas sociales que deshonraban a Espa- fila y paralizaban por el terror su vida y habéis terminado la guerra de Marruecos, coronando gloriosamente esa obra de expansién que abre horizontes amplios a la actividad de nuestro pueblo, que inicia- ra en las costas africanas el gran franciscano Cisneros. Este espiritu de amor y estos altos ideales de justicia, de paz y de espiritualismo reverdeceran otra vez los laureles de nuestra grandeza y de nuestras glorias marchitas y secas por un siglo de apostasias, de positivismo, de egoismo, de materialismo, y de divisiones sangrientas y fratri- cidas, reanudando Espafia la aurea cadena de su historia por el cumplimiento de esa altisima misién que Dios sefialara a nuestro pueblo, para que fuera el heraldo, el apdstol y el soldado de lafe y - de la civilizacién cristiana. Este monumento, tiene pues, una alta significacion e importan- cia; es manifestacién visible y ptiblica de adhesi6n a este espiritu de justicia y de amor y deseo de que él inspire siempre los destinos y la vida de nuestra Patria. Pero ademas, sefiores, para Navarray para esta Ciudad, este monumento tiene una significacién especial; es pago de una deuda que Pamplona tenia hace siete siglos contraida con S. Francicco, pa- cificador de las luchas de sus burgos. En esta ciudad nobilisima e inmortal ceflida mas que por el pé- treo cinturén de sus seculares murallas, por la corona de inmarcesibles glorias y la guirnalda de legendarias empresas y heroicas hazafias; en esta tierra, hogar sagrado del catolicismo que ha conservado siem- pre, a pesar de todos los esfuerzos de la revolucién y de la impiedad, vivo y ardiente el fuego de la fe, y &nhiesto siempre sin arriarlo nunca el estandarte de Cristo y de la Iglesia, vivid S. Francisco de Asis y aquella palabra de luz y de amor que apacigué las luchas de Asis y de Perusa y de tantas ciudades de Italia, resoné también aqui resta- bleciendo la paz entre sus habitantes que se combatian y peleaban ferozmente en guerras y luchas errantes y crueles. Como bajo los pies de los dioses mitolégicos brotaban flores, segtin la fabula, y perfuma- da estela era la sefial de su paso por la tierra, asi San Francisco de-

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