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68 Y, sefiores, para realizar esta bienhechora y hondisima transfor- maci6n San Francisco no formulé un programa politico, ni una: tesis de economia, ni una estadistica de medios humanos; no fué, como han dicho algunos, desfigurando y rebajando su fisonomia y su gran- deza, un precursor de las democracias modernas, un filantropo, un reformador social, un demagogo, ni invocé la fantasmagoria abstracta de los derechos del hombre, sino que solo fué un santo que amaba a Dios en todo y a todo en Dios y buscé y predicé el reino de Dios y su justicia, del cual son consecuencia y afiadidura todos los demas bienes y progresos. La virtud de Ja dulzura, dice Goyau, did al ser- mo6n de las bienaventuranzas la posesién de la tierra y en la_ historia de la humanidad las palabras de amor han sido siempre las mas_re- volucionarias. Este espiritu de amor y de paz de San Francisco también lo nece- sita la sociedad moderna, que atraviesa un invierno mas frio atin que el de aquellos tiempos medioevales vivificado por su influencia. Hay también frio en las costumbres que retroceden al paganismo; frio en las manifestaciones del arte impregnadas de sensualismo; frio en las ideas materialistas que abaten las almas sobre la tierra y las sepultan en la indiferencia, y en el escepticismo, rotas las alas de lafe y de los sublimes y redentores ideales; frio en las relaciones sociales en- venenadas por el odio y la lucha de pueblos y de clases. La sensua- lidad, la codicia y la soberbia con su triste cortejo de egoismo, de violencias, de injusticias, de escandalos y corrupcién Ilenan de inquie- tud, de ruinas y de fango la sociedad. Para purificarse y renovarse necesita el mundo moderno una inyeccién del espiritu franciscano. Y, abrigo,sefiores, la esperanza de esta renovacién, porque ese espiritu franciscano no se ha extinguido ni ha muerto. Siete siglos hace que San Francisco volé a abrazarse eternamen- te con el Amado: siete siglos que se cerraron aquellos labios que pro- nunciaban, como los del Salvador, palabras de vida y redencién, y se apagaron aquellos ojos que derramaron tantas lagrimas, y dejé de la- tir aquel coraz6n abrasado por el amor, pero no ha muerto; su espiri- tu vive y alienta en el reguero luminoso de sus palabras, de sus ejem- plos, de sus instituciones y de sus obras; vive en sus hijo$, en la in- numerable familia Franciscana continuadora de su apostolado de amor y promulgacién de su vida evangélica, en la Primera Orden, madre fecundisima de Santos, de martires, de apéstoles, de sabios, de ar- tistas, de Pontifices, de Prelados y sacerdotes, servidores fieles y desinteresados del pueblo, que han recorrido el mundo sin otras ar-

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