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66 pravadas, la inmoralidad y la corrupcién invadiendo todos los esta- dos sociales y llegando hasta el santuario; la indiferencia, la codicia, el amor desordenado y ardiente de los bienes de la tierra, la lujuria, la vanidad en todas sus formas, aduefidndose de las conciencias; frio en las artes prostituidas y convertidas en panegiristas de pasiones abyectas y acicates de la carne y de los sentidos; frio en las almas fatigadas que iban a refugiarse en los cendculos de innumerables he- rejias; frio sobre todo en las relaciones sociales perturbadas por con- tinuas luchas sostenidas y avivadas por aquella organizacién feudal, cuyo derecho era la fuerza, y que dividia a las gentes en dos bandos, el de los perros rabiosos y el de los lobos hambrientos, que se des- -garraban en guerras cruentisimas, guerras sin razon, sin fin y sin mi- sericordia, guerras de fieras generadoras de desérdenes horribles y de implacables odios. El amor no era amado. La ley de la caridad fraterna, sintesis de la ley evangélica y librea y sefial de los discipu- los de Cristo, era desconocida en las-relaciones humanas. Estaba ol- vidado el serm6n de la montafia. Las paginas rasgadas del Evange- lio yacian esparcidas con ludibrio por el suelo, eclipsado su brillo por la nube negra de tantos errores y crimenes. El cristianismo ago- nizaba en las almas, y la Iglesia, segtin la visién de Inocencio III, se bamboleaba sobre sus cimientos inmortales. Sobre este horizonte sombrio y cefiudo, prefiado de terribles amenazas y enrojecido por la sangre vertida en luchas encarnizadas y fratricidas, aparece como un nuevo Redentor, como otro Cristo, S. Francisco, nimbado de dulzura, de mansedumbre, de bondad y de amor, que difunde e inocula en el cuerpo aterido de la sociedad, en el corazén endurecido de los hombres, en el tronco viejo y carcomido de la humanidad la sangre y la savia del amor.» Al penetrar esa corriente de amor por el cuerpo social, al circu- lar por sus ramas y sus miembros esa sangre calida y esa savia fe- cunda, todo se restaura y vivifica, todo vuelve a florecer, todo se re- nueva y pasa por una crisis salvadora. San Francisco sostiene las paredes del templo ruinoso y vacilante. El cristianismo, dice Maquia- velo, se moria y San Francisco lo resucit6, devolviendo el amor al mundo helado. Jesucristo redimié a la humanidad con la sangre de sus llagas; cuando el mundo se enfrié, lo restauré con la sangre de las llagas impresas en el Serafin de Asis. El amor de S. Franciscoen- cendido en el corazén de Jestis, se desbord6é como un torrente sobre la tierra limpiandola y purificandola de sus manchas y pecados. La transformacién realizada en el mundo por S. Francisco fué

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