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63 culto de una virtud especial; quién, por la fortaleza en sufrir las iras y los tormentos de los enemigos de la fe; quien, por la generosidad del corazon, siempre abierto a la compasién y al socorro; quién, por la austeridad y la penitencia practicada en el apartamiento del mundo, en el retiro de los claustros 0 en la soledad de los desiertos: quién, por el celo en difundir la luz de la fe en los pueblos sentados en las sombras del error y de la muerte; quién por la sabiduria divina que hace de su inteligencia faro encendido por Dios para proyectar sobre la tierra la luz de la verdad; quién, por la pureza virginal de su alma y de su cuerpo; quién, por la oracién encendida y fervorosisima que levanta su espiritu hasta las cumbres mas misteriosas de la contem- placion y del éxtasis. Pero S. Francisco es una excepcién maravillo- sa. S. Francisco posee en una fusién y armonia admirables todas las virtudes evangélicas, disponiendo Dios por un acto extraordinario de su misericordia que en ese hombre singular no se cumpliese esa ley de su providencia sobrenatural que reparte las gracias a los elegidos con divisién y con medidas sino que en él brillasen todas con prodi- giosa y exuberante simultaneidad, ofreciendo en una sola alma, co- mo en divino y sobrenatural muestrario, la multiple actividad del apdés- tol, la intrépida fortaleza del martir, la fecunda vena y hervor del ana- coreta, la abstraccién del contemplativo, los arrobamientos del misti- co, la elocuencia sugestiva y penetrante del misionero, la fecundidad espiritual del fundador, la mortificacién y desprendimiento del peni- tente, la soledad y retiro del ermitafio, los prodigios del taumaturgo, la pureza inmaculada de las virgenes, apareciendo como el mas per- fecto y fidelisimo imitador de todas las virtudes practicadas por el divino maestro y ensefiadas en su Evangelio, de esas virtudes que son la esencia de la vida cristiana y constituyen el tesoro y el conteni- do sustancial de la perfeccién serafica y franciscana, la humildad, la pureza, la simplicidad, la obediencia, la pobreza, el candor, la ora- cién, la mortificacién, el desprendimiento, la abnegacién, la manse- dumbre, la dulzura, la alegria, Ja paz, la caridad ardentisima, el amor ferviente, que forman sobre la cabeza del mansisimo Pobre de Cris- to, una corona rutilante y una aureola brillantisima que irradia los ful- gores de la santidad mas encumbrada y envuelve su figura, agigantada por la perspectiva de siete siglos, en un halo de poesia y grandeza. S. Francisco es mas grande que todos los grandes de la tierra, mas grande que los héroes, los reyes, los conquistadores, los sabios y digno por consiguiente, de los honores y homenajes mas solemnes. Este monumento es el reconocimiento visible y perpetuo de esa gran-

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