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48 su permiso. Y en otra ocasién: que si en el camino encontrara juntos un Sacerdote y un Angel, primero besaria la mano del Sacerdote y luego haria acatamiento al Angel. Todo ese respeto al Sacerdote, y él no se atrevié a llegar al Sacerdocio y qued6é Didcono. Estaba tan poseido de la humildad, que las alabanzas y canticos de triunfo de las gentes que teniéndolo ya por santo acudian a él, resbalaban sobre su epidermis sin penetrarle. Una vez, quiso tentarle Fray Masseo, segtin refieren las <Florecillas». Es admirable su respuesta.—Por qué a ti, por qué a ti?—dijolé en son de reproche--Fray Masseo ¢por qué a ti todos te quieren? No eres guapo, no eres sabio, no eres noble... éporqué corren todos detras de ti? y S. Francisco se regocija en su interior, da gracias a Dios y contesta: Pues, naturalmente, porque Dios al tender su mirada sobre las criaturas, no ha visto una criatura mas vil, mas pecadora que yo, y para que se vea que todo es obra de su gracia, ha elegido al mas vil y pecador, para que resalte la vir- tud de Dios que obra en nosotros,y las criaturas no se puedan enva- necer de la gloria que solo a Dios debe tributarse. El Franciscanismo es trabajo, es pobreza, es humildad. Es paz. Barbaras eran algunas de las canciones que en aquella época, barbara también, de luchas interiores y exteriores, cantaban la guerra y la destruccién, como la estrofa que copia la Pardo Bazan en su intro- ducién a la vida de S. Francisco de Asis, en aquellas paginas tan pre- ciosas. Pues bien, uno de los juglares que las cantaban, uno de los poetas, Guillermo Divini, tuvo deseos de oir a S. Francisco y cuan- do le oyé, prendado de él, se eché a sus plantas, diciéndole: «Her- mano, arrancame de los hombres y llévame a Dios», y S. Francisco le tom, le impuso los votos y le dié por nombre «Fray Pacifico». Este hecho y este nombre son todo un simbolo. Se leen en el Evan- gelio del dia de Pentecostés aquellas palabras de Jesucristo a sus discipulos: «La paz os dejo, mi paz os doy, no os la doy como os la da el mundo.» Réplica una vez mas de nuestro Sefior Jesucristo, San Francisco vino también a traer la paz, no la paz del mundo, sino la paz de Dios. Cuenta S. Buenaventura de un singular personaje semiloco 0 lo- co del todo que callejeaba por Asis y dondequiera topaba con Fran- cisco, aun adolescente, se quitaba su manto y lo tendia en el suelo rogando al mancebo que pasara por encima. Acaso era este mismo, acaso cualquiera otro de los muchos enajenados que vagaban en li- bertad en la Edad Media, el que solia rondar por las calles de Asis, clamando de tiempo en tiempo:—«Pax et bonum>, Paz y bien. Y cuén-

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