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At rable labor regeneradora, era Francisco de Asis, generoso con los pobres, no era de los derrochadores al uso, que les duele gastar una peseta con los pobres y no tienen inconveniente en gastar y de- rrochar en festines. Si yo soy, decia, generoso y liberal con mis ami- gos, que me dan las gracias y a lo mas, un nuevo convite, éno he de ser mas generoso y liberal con los pobres, que es dar a Dios, que me ha de pagar el ciento por uno? Y una vez que estando ocupado en la tienda, al pedirle un pobre limosna, le despidié sin darsela, sintid tal remordimiento, que parecia se le atravesaba el corazon; no pudo resistir sin ir detras de él a buscarle. Si aquel hombre, a quien des- . paché, decia, hubiera venido de parte de uno de mis amigos de ca- lidad, del conde de tal o del barén de cual, habria conseguido de mi cuanto deseara, mas venia en nombre del Rey de los Reyes y Sefior de los Sefiores y lo despacho; y con estas consideraciones, va a dar limosna al pobre y pedirle perdén; y ya entonces hizo voto de no negar la limosna al que por amor de Dios se la pidiera. Aqui se ve el paso de la limosna a la caridad. Pero donde se ve a San Francisco llegar a la caridad sublime, es en aquel episodio, que, “después de haber ensayado a ser pobre, sentandose alas puertas de San Pe- dro, en Roma, vistiendo y comiendo como tal pobre, le ocurrid. Ca- balgaba cierta tarde absorto y abstraido en las verdades que Dios le revelaba; de pronto, tropieza el caballo, hace un movimiento brus- co y casi arroja al jinete: vuelto este en si, ve frente a si un leproso; su primer movimiento fué volver riendas e ir de alli; mas las pala- bras que habia oido sonar en su interior se le mostraron claras de repente: «Aquello de que antes te espantabas se trocara en suavidad y alegria para ti.» Y gqué cosa le habia horrorizado mas que los lepro- sos? Con poderoso imperio sobre si, descabalgé Francisco, se acercé al leproso, y después de depositar su limosna, le tom6 la mano y le bes6 aquellos dedos cuajados de tilceras y llagas; volvid al caballo, se afirm6 sobre la silla, volvid la vista atras, pero el leproso habia desaparecido. Al dia siguiente fué a San Salvatore dell Paretti, asilo de lepro- sos, que tiene el aspecto de un inmenso cementerio y venciendo su re- pugnancia, venciéndese a si mismo, que es el mayor triunfo que uno puede conseguir, llama a todas las puertas de la casa y uno por uno repite la accién sublime que el dia anterior habia realizado. Esta cari- dad, asi depurada, acompafia a San Francisco en toda su vida. «Cuando muridé, decia el doctor Royo Villanova en su admirable lec- - cién del primer dia de este curso, dejé una doctrina que aprender y

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