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41 la cuestion social, de una manera u otra, se ha producido siempre: unas veces oculta, latente, como el fuego que oprimido en el centro de la tierra sacude titanicamente las paredes de su encierro; otras amenazadora, como trueno lejano que trae la tempestad, como tem- blor de tierra que anuncia la erupcion de un volcan; otras, en fin, co- mo una realidad presente y dolorosa, como un volcan que estalla y sepulta una ciudad entre su lava y su ceniza. En la época de San Francisco la lucha social entre ricos y pobres fué formidable. En una época en que el poder, las riquezas y la dig- nidad se confundian, la lucha adquirid los caracteres que admi- rablemente ha puesto de relieve en algunos parrafos de su Enciclica el Pontifice reinante. Se rompen las riendas que ponen freno a las pasiones y defienden a los humildes, los de arriba rompen el freno de la Iglesia y juzgandose auténomos, se declaran en rebelién con- tra ella; los de abajo quieren hacerse también independientes, y acu- sando a la propiedad privada como causante de todos estos males, se escandalizan de la riqueza del clero que, relajado, halla nuevas di- ficultades para el cumplimiento de su misién. Duefios y siervos sacu- dieron el yugo de Cristo que es suave y es ligero, pero no lo hicieron sino para caer bajo el yugo de sociedades secretas que, entonces co- mo ahora, estaban a la cabeza del movimiento; pues que, entonces como ahora, es ese el fin de los que quieren rebelarse contra una madre y vienen a caer en manos de tiranos. Entonces, la doctrina, el ideal de S. Francisco conjur6 el peligro, y aun hubiera sido un preservativo para todos los peligros de los si- glos siguientes—como dice el P. Lucerna en el Prélogo a la obra «Los ideales de S. Francisco» si hubiese almas de temple suficiente para realizar este ideal de una manera perfecta; la realizacion de este ideal perfecto no se did mas que una vez en la vida, pero esto no quita pa- ra que todos nosotros, hasta el ultimo, intentemos realizarlo de la manera posible, aun sabiendo que la perfeccién esta lejos y no pode- mos llegar a ella. Si queremos cumplir nuestra misién, si queremos que la cuestién social, aunque del todo no resuelta, sea por lo menos conjurada, preparémonos todos a seguir las huellas de S. Francisco. Esta es la misién que a todos nos incumbe y en la parte que a mi me correspon- de vengo a realizarla. Y ante todo hay que sentar que la cuestién social es una cues- tidn preferentemente espiritual, que no puede resolverse satisfacto- riamente con medidas de fuerza; que la _pacificacién social no puede
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