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34 lumbre lejano y fugitivo del ideal y se siente impotente para volcar el suefio inmenso de su fantasia en el vaso angosto de la materia... Can- tando quiso que fueran por el mundo sus enviados, como juglares de Dios, y entre canticos y efusiones de alegria, como nuevos Orfeos, amansaran los indémitos corazones; cantando se consolaba en sus muchas y largas enfermedades, y al fin de la vida, cuando desfallecia la lumbre de sus ojos, y los dolores de higado y de estémago le em- bestian reciamente sin darle punto de reposo, y para colmo de des- ventura, ni de dia, ni de noche podia conciliar el suefio por la turba de ratones que bullia en su celda, cuando lleg6 a sentir, hay que de- cirlo, una seria tentacién de amilanamientoy tristeza supo sobrepo- nerse y la ola de la alegria, saltd por cima de todos los diques, y nos dié entonces el arrebatador Cdntico di frate sole, en el cual convida a todas las criaturas, desde el hermano sol a la hermana agua, a can- tar consigo las alabanzas al Altissimo, onnipotente, bon signore, y repitiendo sus estrofas y cantando se ubraz6 con la hermana muerte, y fué entonces su cantico mas sentido, mas entusiasta, porque aquel bello morir no era el desprenderse sollozante de un alma, decid mas bien que era el instante en que aquella nota musical, tanto tiempo pri- sionera, saltaba por fin de un arpa destrozada para subir por los espa- cios, alada, ingravida, hasta sumergirse en los insondables_torbelli- nos de la eterna armonia. Te felicito, ciudad de Pamplona, por este Centenario; te felicito por el homenaje de esa estatua que va a coronar una de tus mas her- mosas plazas, tributo de gloria con que aspiras a agradecer en algo la esplendorosa con que te nimbé la visita personal de Francisco, si es cierta la piadosa tradicién, y en todo caso la que te ilustré con los innumerables hijos del Santo, que han orlado tu historia con su cien- cia y sus virtudes. No te exhortaré ahora a la devocién al Santo de Asis, tan arraigada en tus moradores; pero si, como leccién practica de esta conferencia, quisiera inculcar en tu coraz6n que la verdadera, la genuina, la sdlida alegria no es la que se miente por defuera con risas y algazara, sino la que mana en las grutas interiores, y esta no se alcanza sino por la imitacion de la virtud franciscana. El Poverello, desde su estatua de bronce, te insinuar4 que te pongas en guardia contra la civilizacién materialista, que solo entien- de de placeres y de confort y pone disgusto de los placeres senci- llos; te invitara a una vida mas frugal y morigerada, cuyo nervio sea el culto del deber; a entibiar vanos deseos de riqueza, estimando so- bre todos los valores espirituales e invisibles, tesoro de un alma fer- vorosamente cristiana.

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