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29 bien aqui pasar en silencio su temperamento excepcional, aquel na- tural festiv> y alegre de que hacia gala en los anos floridos, en aquel poético pais de Umbria, cuando aclamado por rey de la juventud, era animador incansable de todo regocijo, improvisador de trovas con su dulce y melodiosa voz, cuando tafia la citara y rondaba con veste de juglar las calles de Asis. Los biégrafos han recogido la muestra que did de su temple invencible, al caer prisionero en una lucha entre los pueblos de Asis y Perugia, una de las muchas que estallaban entonces de la rivalidad entre los grandes sefiores; y nos dicen que durante el afio que duro el cautiverio, sipolo hacer tolera- ble y atin sabroso a sus compafieros de infortunio, gracias ala vena inagotable de su buen humor. No insistiré en este aspecto, que me limito a apuntar tan sdlo, primero, porque un temperamento se here- da, pero no se imita, y ademas, seamos francos, porque me doy cuenta dénde estoy hablando, y harto se me alcanza que esto que acabo de recordar, no és como para requerir el asombro de un publi- co pamplonés, en el cual, me consta, abundan ejemplares envidiables que en cuesti6n de buen humor y de dnimo divertido pueden dar quince y taya a las travesuras y donaifes, no digo ya del mozo de Asis, sino de todos los mozos de la Edad Media, de la Edad presen- te y atin dela futura. Desatino sera siempre mirar la alegria de Francisco al través de un prisma que no sea el de su santidad. Atin cuando ese su tempe- ramento ofrece un elemento tan valioso, de. poco hubiera servido, si la gracia no hubiese venido a dar a esa alegria honduras, lumbres y esmaltes que la carne y Sangre no pueden ni sospechar siquiera. Muy cabalmente cumplidse en el santo aquel axioma teoldégico, que la gra- cia no destruye la naturaleza, sino que la eleva y perfecciona. ¢Cita- ré hechos de su vida? No es necesario. El libro de las Florecillas, que ofrece sin duda tachas a los ojos de la critica hist6rica, pero que refleja fielmente el espiritu del Santo en todos sus variados matices, nos ha conservado una conversacién en que se nos descubre sin cen- dales, ni velos, el fondo intimo de la alegria franciscana. Caminaba San Francisco cierto dia de invierno desde Asis a la Porcitincula y llevaba por compajiero a Fr. Leon, su secretario per- petuo, /a ovejuela de Dios, como solia llamarle el Santo familiar- mentey girabala conversacién sobre la perfecta alegria. Ibale di- ciendo San Francisco con calida emocién que esta no se debe buscar, ni en amontonar riquezas, ni en allegar vastos conocimientos, ni én poseer avasalladora elocuencia, ni en el poder de hacer milagros y

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