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23 En previsién de que todas las presentaciones, por encomiasticas que fueran, no bastarian a realzar en un sdlo adarme la flaca _signifi- cacién del conferenciante que comparece ante vosotros, he querido, curandome en salud, echar mano de un asunto que con su halago y simpatia pudiera suplir el corto caudal de mis facultades. Pienso que no he errado en la eleccién. Ahi lo habeis leido en los anuncios; éHabra quien ante ese tema se declare indiferente? ¢No palpitan las fibras intimas de nuestro ser ante el simple eco de esa palabra a/e- gria? éNo se ha dicho en todos los tonos que la alegria es a nuestro corazon, lo que la luz solar a las plantas, principio de vitales ener- gias? Afiadiré, para salpimentar mas este interés, que el tema tiene aires de audaz, y hoy que la audacia lleva en pos de si tantas admi- raciones y aplausos, no es mucho si ahora recaba siquiera algo de benevolencia. Porque nadie me negara que tiene sus visos de desafio al sentido comtin presentar como prototipo de alegria y buen humor... aun frailecico del siglo XIII, que comenz6 por renunciar alo que el comtin de lo mortales mira como la magica llave que sirve para abrir el jardin de todos los goces, el dinero; a quien gustaba esconderse, solitario, en las tenebrosas cuevas; a quien se ensafié contra su cuer- po—el hermano asno—con penitencias y austeridades cuya sola men- cién escalofria. Pues de la oportunidad del asunto no hablemos. Estoy conven- cido, y la lectura de un libro célebre, escrito por un Obispo aleman, Mons. Kepler, vino a corroborar este convencimiento mio, de que nuestro tiempo sufre una mengua alarmante de alegria, pese a todas apariencias en contrario. Pueden callar en este punto los detractores sistematicos de la Edad Media. Cierto que esta, al soplo mistico que la empujaba a espirituales empresas, descuidé no poco el elemento material de la vida, y que en bien comer y bien vestir y en limpieza e higiene y en todo cuanto a comodidades corporales se refiere no puede competir con nuestro tiempo, en que humildes menestrales tienen al alcance de su bolsa, placeres y aun refinamientos de que no tuvieron ni atisbo los benditos contempordneos de Fr. Gil o Fray Junipero, por sobrados que fuesen de fortuna; pero nadie negara que en punto de alegria la Edad Media fué capitalista y nosotros en su comparacién somos pordioseros. Sin hacer mia la frase de Daudet, el rudo flagelador del siglo XIX, de que «sopla sobre nuestro tiempo un viento de cementerio,» diré que nuestra época es triste, a pesar de todos Jos progresos e inventos.

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